5 de enero de 2025

¿Quo vadis?

Mientras camina, balbucea algunas palabras inteligibles porque, a pesar de haber tantas, no encuentra aquellas que le permitan decir lo que ahora siente, ese deseo confuso de ser alguien, de salir de donde ha estado por tanto tiempo. ¿O quizá, ya sea lo que debe ser y no lo quiere aceptar? Esta ahogado en un mar de preguntas imprecisas. ¿Cómo encontrar el camino que lo lleve a su destino verdadero si no está seguro de cuál es, exactamente? Desde hace muchos años se dejó llevar por la corriente y ahora no sabe para donde va. Verse sumergido en la multitud no hace más que acrecentar su sentimiento de soledad y frustración. 

No se trata de ser conocido, admirado, querido, amado, se trata simplemente de sentir que la vida ha valido la pena ser vivida, que se puede dejar una huella. 






29 de noviembre de 2024

Educar no es sinónimo de adoctrinar

En medio del debate suscitado por las declaraciones de la congresista Susana Boreal, quien afirmó que los colegios son una forma de violencia y un medio para adoctrinar a los más pequeños, cabe preguntarse, como ya algunos lo han hecho, sobre la calidad de la educación en Colombia.

Sin embargo, antes de entrar de lleno en este álgido tema, no está de más aclarar si educar es lo mismo que adoctrinar. Aunque las palabras de Boreal, dichas con tono de niña yupi, resultan bastante chocantes, y lo son, de todas maneras le debemos aplaudir que ha sacado a la luz un tema trascendental: ¿Cuál es el papel de la educación -en Colombia-, para forjar una mejor sociedad?

Se dice con mucha frecuencia que la base para el progreso de cualquier sociedad es la educación. No obstante, cabría preguntarse: ¿Qué tipo de educación es aquella que impulsa un progreso sostenible y justo para una determinada sociedad? Responder a esta pregunta no es algo sencillo entre otros motivos porque no hay una respuesta única, y mucho menos una respuesta “correcta”. En cualquier caso, como lo señaló recientemente el maestro Daniel Jover Torregrosa (2024), la educación es el mejor camino conocido para hacer de cada uno de nosotros ciudadanos libres y responsables. Es más, autores tan reconocidos como Martha Nusbaum y Amartya Sen, han afirmado que la educación es una necesidad básica de todo ser humano porque acceder a ella genera bienestar y además juega un papel esencial en la vida de cualquier persona, sobre todo, porque ella le brinda, a cada quien, la posibilidad de desarrollar sus diversas capacidades (Terzi, 2007). Esto está en concordancia con los planteamientos del gran pedagogo Paulo Freire con respecto a la educación, quien, entre otras muchas cosas dijo que "La educación no cambia el mundo, pero cambia a las personas que cambian el mundo". También llegó a afirmar en varias ocasiones que "la Educación es libertad". A propósito, ¿será que la senadora yupi-Boreal lo habrá leído? Vaya uno a saber. Como quiera que sea, se infiere de estos primeros planteamientos que educar no es lo mismo que adoctrinar.


 

Dos elementos claves que conforman la misión de la educación, en Colombia y en cualquier país del mundo, son: incentivar la creatividad y fomentar el pensamiento crítico. Aunque en esto, reconozco que las educadoras y los educadores fallamos cada tanto, eso no quiere decir que erremos todas las veces y que en once o trece años de vida escolar nunca hagamos algo al respecto. En realidad si se hace y cada vez más. Lo digo con conocimiento de causa. Por supuesto, hay mucho por mejorar todavía, pero me atrevería a decir que vamos por buen camino. De hecho, hay evidencias de experiencias positivas que se desarrollan a diario en varios establecimientos educativos, públicos y privados, de nuestro país que así lo confirman.

Que la educación en Colombia necesita mejoras sustanciales, eso nadie lo discute, pero eso es una cosa y otra muy distinta es tener la osadía de afirmar que no deberíamos "obligar" a los niños a ir al colegio. El ser humano necesita disciplina para forjar su carácter y para construir su pensamiento y para ello necesita una guía, unos maestros que lo orienten en ese proceso. De ahí la importancia de la escuela y, por supuesto, de la familia. Educar es un arte, quizá uno de los más complejos. Educar y formar espíritus críticos que luego sean capaces de transformar la sociedad en la que viven es una tarea compleja que requiere sabiduría, paciencia, equilibrio y disciplina. Una disciplina marcada por el amor. Esto es fundamental. Aquí de nuevo, vale la pena traer a colación a Paulo Freire, quien afirmó que "la educación es un acto de amor, por tanto un acto de valor". En síntesis, la educación es absolutamente necesaria y educar, en su sentido más profundo, definitivamente no es lo mismo que adoctrinar; por el contrario, es cultivar, es enseñar a remar, enseñar a tomar decisiones, enseñar a dudar, es enseñar a volar. Adoctrinar, en cambio, es cerrar ventanas, achicar horizontes, cortar las alas, obligar a enfocar el pensamiento en una sola dirección. 

Si bien es cierto que hay una línea muy delgada entre educar y adoctrinar, pienso y lo sostengo, a sabiendas de que seré criticado por muchos, que los que usualmente más traspasan esa línea son justamente los socialistas -y mucho más los comunistas- quienes terminan imponiendo sus ideas en nombre de la libertad y la igualdad. Cabe decir aquí, que tanto la izquierda como la derecha, en todas las latitudes, han olvidado el tercer eje de la revolución francesa, esto es, la fraternidad. Mientras no lo incorporen a sus políticas de estado, difícilmente alcanzarán un nivel aceptable de libertad y de igualdad. Esto, sin duda, daría para otro debate de varias horas y no es mi intención, por ahora, profundizar en ello.

Entonces, ¿Qué aspectos primordiales debemos mejorar en nuestro sistema educativo? A mi modo de ver hay, al menos, cuatro aspectos esenciales sobre los que debemos trabajar: a) el número de alumnos por aula no debería ser superior a veinte (idealmente 20, máximo 25); b) las niñas y los niños de preescolar no deberían entran antes de las 8 de la mañana; c) ningún colegio y ninguna escuela debería empezar clases antes de las 7 de la mañana; d) deberían abolirse los famosos mega-colegios, mientras más pequeña sea la comunidad educativa, tanto mejor para la efectividad de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Por supuesto, estos elementos no son los únicos que deben entrar en el debate sobre cómo mejorar el sistema educativo en Colombia. Hay otros que también son importantes, pero no me detendré ahora mismo en esas consideraciones. No es el espacio, ni el momento. Solo cabe subrayar una vez más que educar no es lo mismo que adoctrinar, que la educación es necesaria para la formación de cualquier ser humano y por ende, los colegios son necesarios y fundamentales en la dinámica de una sociedad libre y democrática que funcione dentro de un estado social de derecho. 

En lugar de centrarnos solo en lo negativo, que parece ser, a veces, el deporte favorito del pacto histórico y en general, de la extrema izquierda, procuremos ver e indagar sobre los aspectos positivos de la educación en Colombia, luego hacer un análisis holístico, integral y objetivo de la situación actual, y partir de ahí para plantear soluciones. Eso sí, es primordial que el análisis y las políticas que puedan surgir de ahí, sea un proceso liderado por expertos en educación. 

Jaime Borda Valderrama
Doctor en Ciencias Sociales
Un continuo aprendiz.
*Docente de matemáticas, inglés, redacción y metodología de la investigación
*Asesor de proyectos/tesis de grado 




4 de noviembre de 2024

Ella sigue afuera


Ella sigue afuera, esperando tu respuesta. No le importó dormir bajo la lluvia y soportar el frio de la madrugada, ni siquiera los murmullos tenebroso que se escuchan a lo lejos. Pausa. 

Déjala entrar, Javi, y escúchala. Quizá eso sane tu herida y la de ella también. Silencio. 

Javier deslizó la cortina de su cuarto, comprada hace apenas quince días, y dirigió su mirada hacia ella. La vio inmóvil, como si nada la inmutara. Era la misma de siempre, pero con la tez más blanca y el cabello corto, con unas incipientes canas. 

En un instante donde el tiempo dejó de andar, ella levantó su cara y lo miró con una ternura para él desconocida. La vio sonreír y observó con estupor sus ojos húmedos. Sintió, de repente, que su corazón latía como nunca antes lo había hecho. 

Sin pensar demasiado en lo que hacía, se giró sobre sí mismo en dirección a la puerta de su alcoba. Fue entre caminando y corriendo hacia la escalera principal y bajó con una tormenta de sentimientos batiéndose por todo su cuerpo. Todo el resentimiento guardado por años, pareció desvanecerse en un instante. 

Llegó en un soplo hasta el primer piso, pasó la sala de un brinco, abrió la puerta y salió corriendo. 

Ella se desprendió por fin de sus miedos y echó andar con el único deseo de abrazarlo y pedirle perdón, como lo venía soñando desde hacia ya cuatro meses y veintiún días.  



12 de octubre de 2024

Tranquilidad interrumpida. Cuento.

  

La tranquilidad interrumpida

Era el último sábado de marzo, por la tarde, cuando sonó, tímidamente, el timbre de su apartamento. Andrea creyó, por un momento, que era solo producto de su imaginación. Estaba absorta en su estudio, escribiendo el tercer capítulo de su tesis de maestría. Unos segundos después el timbre volvió a sonar con más determinación. Ella se sobresaltó. No esperaba a nadie. ¿Quién podía ser? Su instinto –que al decir verdad no tenía muy desarrollado- se despertó y la empujó a la cocina a sacar un cuchillo. Su corazón empezó a latir con fuerza presintiendo la llegada del peligro. En su vida, tan tranquila y relajada, esa no era una posibilidad. Pero en este mundo en que vivimos cualquier día puede suceder algo que rompa la cotidianidad y la vida tome un curso inesperado.

El timbre volvió a sonar por tercera vez, pero el tono era distinto, parecía más amigable. Ella bajó la guardia. El barrio donde vivía era seguro. ¿Por qué alarmarse? No obstante, sintió un extraño escalofrío en la espalda. La paranoia no era un estado natural en su mundo casi perfecto. Pero sólo reflexionaría sobre ello unos días más tarde. Entonces, sin pensarlo, abrió la puerta.

Un hombre joven, pero desconocido, con una sonrisa encantadora estaba al otro lado de la puerta. “Buenas tardes señorita. Disculpe que la moleste a esta hora”. Como su instinto seguía inusualmente despierto, apretó el arma que tenía en su mano y la puso de tal modo que el recién llegado la viera. Él, que tenía sus planes, miró el cuchillo y solo atinó a decir, en tono jocoso: ¿No pensará usarlo conmigo?, ¿verdad? Y soltó una risa contagiosa y dejó ver sus manos limpias. – “Soy, soy su vecino, vivo en el apartamento que queda justo arriba del suyo. Me llamo Alejandro”. Segundos de silencio inundaron la atmósfera incierta del relajado espacio en que vivía Andrea. “Disculpe. Tuve, tuve un extraño presentimiento. Dejaré el cuchillo en la cocina”. Soltó estas palabras con asombrosa lentitud. Se sentía como extraída involuntariamente de su burbuja de cristal y pensó que el miedo que sentía era producto de su imaginación.

El hombre entró sigilosamente mirando con un rápido movimiento de su cabeza todo el apartamento. Supo que la linda y atemorizada chica estaba sola. Por supuesto, ya lo sabía, pero era bueno comprobarlo. No obstante, se sintió extrañamente observado. En aquel apartamento sí había dos cámaras ocultas, pero estaban apagadas en ese momento.

- “No te quiero molestar. Sólo necesito un poco de sal”.

- “¿Perdón?” Una petición demasiado extraña. No era de noche. El aparecido podía ir a comprar sal a cualquiera de las dos tiendas que quedaban cerca del edificio.

- “Que si me puedes regalar un poco de sal”.

- “Si, si, no hay problema. Pero me temo que no tengo una bolsa donde echarla”.

- “Yo traigo una. “

- “Eh… Ven a la cocina”

Él se acercó mirándola con un dejo de ternura y de sarcasmo al mismo tiempo, pero ella no lo percibió tan claramente. No sabía bien que pensar. El hombre parecía un tipo buena gente y hasta bien parecido que sí era, pero una vocecilla interior le decía que no confiara demasiado. De pronto lo vio muy cerca y ella sólo atinó a dar unos pasos atrás. Ya con el tarro de sal en la mano se irguió lentamente y lo miró a los ojos, tratando de decirle, “no te sobrepases”. Un nuevo escalofrío le recorrió la espalda.

-          “Mmm… Acércame la bolsa y yo te pongo un poco… ¿Cómo cuánto necesitas?”

-          “Realmente sólo lo suficiente para darle sabor a una sopa que voy a preparar. Te puedo invitar a probarla luego”.

-          “Gracias, pero estoy muy ocupada en un trabajo para la universidad”.

-          “Comprendo…”

-          “Perdona, pero de verdad estoy muy ocupada y no me gusta aceptar invitaciones de extraños. No sé quién eres ni qué haces con tu vida.”

-          “Sí… por supuesto. Tienes razón. Yo ahora estudio administración de empresas en la Javeriana. Voy en noveno semestre ya. Soy de Cartago, Valle”. “¿Quieres saber algo más?”

-          “Por ahora no. Gracias”. Un silencio incomodo se interpuso entre los dos. “Mira, aquí tienes la sal. Espero que sea suficiente”.

-          “Sí. En realidad, es más de lo que necesito, pero me servirá para preparar otros platos que espero tengas tiempo de probar”.

-          “Ya… Mira, la verdad quiero seguir con mi trabajo. Si eso es todo, te agradezco que me dejes sola”.

El teléfono de Andrea sonó para romper la atmósfera extraña y tensa que se había asentado en su apartamento. Alejandro, entre tanto, sintió de nuevo que alguien los observaba y, por un momento, creyó estar paralizado.

-          ¿Aló? Buenas tardes (…)

-          Hola Andrea, ¿cómo estás?

-          Ah, Eduardo, que milagro que me llames.

-          Estoy cerca de tu apartamento y quería saber si puedo pasar.

-          Claro, claro que sí. Estoy con un vecino, pero ya se va. Lo dijo con un tono más fuerte, mientras miraba al piso.

-          Listo, llego en máximo diez minutos. ¿vale?

Ella colgó, esperando que el tal Alejandro se marchara de inmediato. A pesar de la sonrisa conquistadora que tenía, le generaba desconfianza. El instinto femenino casi nunca falla.

-          ¿Un amigo tuyo?

-          Sí, viene para acá. Estaba en el gimnasio y quiere que salgamos a comer.

-          Claro. Comprendo. Entonces, lo mejor es que me vaya. Lo dijo con la voz algo temblorosa.

-          Sí… dijo ella escuetamente, con una sonrisa fingida tratando de disimular el miedo que sentía.

De nuevo el silencio habitó el espacio enrarecido de ese apartamento en el que Andrea llevaba ya dos años viviendo y en el que se había familiarizado con la soledad, con los libros y la comida congelada.

Ella nunca lo había visto. De eso estaba segura. Ella andaba en su mundo, pero no era muy consciente de que la realidad es más grande que las palabras y las ideas perpetuadas en los libros y va más allá del estudio sistemático de un problema. El conocimiento es importante. Así lo creía ella, con todo su corazón y toda su mente. Pero se percató en esos segundos de silencio que desconocía muchas facetas de la realidad que la circundaba. No es que confiara demasiado en la gente, la verdad no; más bien le importaba poco lo que pensaran o hicieran los demás con sus vidas. Unos días después, al rebobinar los hechos de esa tarde, se dio cuenta que socializar y conversar es importante para entender el mundo y… para sobrevivir.

-          “Mira… me gustaría seguir hablando contigo, pero la semana que viene tengo mucho trabajo y debo aprovechar este fin de semana para adelantar mi tesis. Esto es como un karma que parece no tener fin… No sé si me entiendas”.

-          “Creo que sí. No te preocupes. He venido sin avisar y ya me has hecho un gran favor… Así que gracias y, bueno, creo que mejor me despido”.

-          “Gracias. Feliz tarde”.

-          “Igualmente. Que te inspires con lo que estás escribiendo…. ya nos veremos”.  

 Mientras decía esas palabras salió sigilosamente, casi de la misma manera como había entrado, con la navaja intacta y su mano derecha como entumecida. No le dio tiempo a Andrea de dar alguna respuesta. Pero ella se quedó inmóvil, mirando fijamente la puerta abierta y se sintió como desnuda, sola y abandonada. Por una extraña razón que no lograba comprender sintió ganas de llamarlo e invitarlo a quedarse, a seguir conversando. Se estaba volviendo una mujer demasiado solitaria. A excepto de sus encuentros esporádicos con Juliana y con Eduardo, no tenía más amigos con quienes compartir. Nunca se había sentido mal por ello, no hasta ahora. Pero de nuevo sintió un escalofrío, un miedo escondido, sutil, pero presente, que tampoco supo explicar. Dio unos pasos, cerró la puerta y respiró tres veces atrayendo hacia sí la tranquilidad perdida.

¿Y ahora, dónde iba? Este chico inoportuno me ha hecho perder el hilo. Pensó. Volvió a su computadora, pero el ánimo no la acompañaba para seguir escribiendo. Había algo en el ambiente que parecía ocupar todo el espacio, una energía de paz desconocida, algo que ella no supo entender en ese momento. Entonces, con una leve sonrisa, fue hacia el sofá y cogió al libro que estaba leyendo, pero tampoco pudo concentrarse. Respiró profundo. Luego retornó la calma y pudo sumergirse con todo su ser en la lectura de “¿Qué significa hablar?” de Pierre Bourdiue. Se había propuesto no leer completos ninguno de los libros que había escogido para el marco teórico de su tesis, pero con éste no pudo resistir a la tentación de leerlo de la primera a la última página. Ya había superado la mitad y la tenía atrapada como varias de las obras del famoso sociólogo francés. Sin embargo, sonó el citofono. Era Eduardo.   

 ***

Mientras Andrea intentaba ser de nuevo ella misma y volver a su normalidad, Javier ya había cruzado la puerta e iba caminando por la calle, cavilando sobre lo que le acababa de ocurrir. ¿Qué lo había detenido? Algo muy extraño pasó cuando vio a la chica con el cuchillo y luego, cuando intentó acercársele en la cocina. Y luego, con la llamada del amigo. Y la extraña sensación de sentirse observado. Volvió a hacerse la misma pregunta. ¿Qué lo había detenido? Lo más extraño de todo es que ni siquiera tenía rabia. Más bien tenía ganas de reír y de volver sobre sus pasos. Pero sería mejor otro día. ¿Y por qué le dijo que estudiaba en la Javeriana? Ese no era el libreto. Una sensación de pérdida de equilibrio lo estremeció por unos segundos. ¿Qué tendría esa chica de ojos cafés que lo desvió misteriosamente de su objetivo marcado ya por la costumbre? O mejor decir, ¿por el hábito? Soltó una carcajada. ¿Puede el robo convertirse en un hábito? Tal vez era momento de dejarlo. ¿Es posible convertirse en una buena persona de un momento a otro? Sin motivo aparente, asomó en su cabeza el recuerdo de su viejo amigo Fabio, quien lo indujo en el mundo del robo y la delincuencia, cuando apenas tenía 14 años. Fabio llevaba ya un año en la cárcel y en todo ese tiempo nunca había ido a visitarlo. ¡Soy un mal amigo! Creo que mañana iré a visitarlo y le diré que el destino me llama a tomar otro rumbo y convertirme en un tipo decente. Sí, definitivamente, es hora de cambiar. Siguió caminando con más energía y una sonrisa asomó en sus labios al pensar de nuevo en los ojos misteriosos de Andrea.

Silencio. Las hojas de los árboles sonaban con más fuerza que de costumbre. ¿O era su imaginación, fruto de la confusión de la última inexplicable experiencia? Sintió unos ojos clavados en su nuca, por su costado izquierdo. Alguien lo observaba, pero no sabía desde donde. Sintió, de nuevo, un ligero escalofrío. Su último robo, hace ocho días, no había salido tan bien. La víctima, una joven de tiernos 17 años, había resultado ser una presa resistente y tuvo que atarla con más fuerza que a otras de sus objetivos anteriores.

De repente, de la nada, salió esa voz fatídica que era premonición de que la fiesta se había acabado.

-          Deténgase donde está, Sr. Gómez.

-          ¡Ah! ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¿Cómo sabe mi apellido? (Maldición, porque admitió que era él…) Miró hacia atrás. Era un agente de policía, de unos 40 años, corpulento. Parece que le gustaba el gimnasio. ¿Los policías van al gimnasio, todos los días?

-          Javier Gómez. Queda detenido por hurto a mano armada en propiedad ajena. Esbozó una sonrisa sarcástica. Me da gusto conocerlo, lástima que sea en estas circunstancias.

No le dio tiempo a escapar. Las esposas atraparon sus muñecas antes de que él pudiera darse cuenta. Además de musculoso, muy ágil con las manos el policía.

-          Viene conmigo a la estación. De inmediato.

Un carro vino tinto, que no era de policía, pero tenía su sirena, se parqueo junto a la acera y sin apenas darse cuenta, Javier estaba sentado y paralizado; una mirada cruel e irónica, como de triunfo, que venía del espejo retrovisor, posada sobre su incredulidad, incapaz de pronunciarse. Se percató que una moto de la policía los escoltaba. ¿Cómo no los vio? Era clarísimo que lo estaban siguiendo.

***

Sábado, ocho días después. Andrea estaba sentada de nuevo en el sofá, tomándose un café y –como algo poco usual- cogió el periódico del día anterior y se puso a ojearlo. Página 5… “Capturado joven apartamentero, denunciado por una de sus víctimas”. Quedó en shock al ver la foto. Era Alejandro, estaba segurísima, pero el pie de foto decía “Javier Eduardo Gómez Pantilla”.  Tuvo que respirar profundamente. Un frio puntiagudo recorrió su espalda, luego sus piernas y saltó a los brazos y a la cara. Era el mismo, no cabía duda. ¿Pero cómo? Leyó el reporte, sin prestarle mucha atención. Por un segundo imaginó todo lo que hubiera podido ocurrir y sobre cómo estaría ella ahora, envuelta en pensamientos de miedo y de tristeza, en su apartamento desolado o en la casa de sus primos o quién sabe dónde. Se había salvado de una tragedia. Sus presentimientos de ese día no eran infundados. Su instinto, su subconsciente o como quiera que se llame, la habían puesto en alerta. Pero no le pasó nada. ¿Cómo explicarlo? ¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Qué fuerza sobrenatural la protegió?

Estaba decidido, se cambiaría de apartamento. Ya lo había pensado, pero ahora lo pondría por obra, de inmediato. Se miró de abajo a arriba en el espejo de la sala y se echó a llorar, luego de unos minutos empezó a reír. Era una chica con suerte. Andrea no era muy creyente, pero a partir de ese día tuvo la certeza de que seres extraños nos acompañan y cuando quieren nos protegen. ¿Por qué empezó a pensar así? Mejor no preguntárselo. No sabría explicarlo, pero esa idea la acompañaría por muchos años más. Claro que ella no lo sabía entonces.  

Aquel día era para celebrar. Tomó su teléfono y marcó el número de Juliana.

Jaime Borda Valderrama

6 de octubre de 2024, nueva revisión después de un año o más. 



13 de septiembre de 2024

La discapacidad como realidad y desafío


Reflexiones surgidas tras varias lecturas sobre la discapacidad y las diversas formas de entenderla, estudiarla y asumirla.

La distinción entre impedimento o deficiencia y discapacidad ha resultado ser un discurso que no nos permiten entender una circunstancia –la discapacidad- en su justa dimensión. En cierto sentido nos frena a la hora de proponer soluciones efectivas. En el fondo la distinción entre deficiencia/discapacidad nos lleva a negar la realidad, a no aceptarla tal como es. Es más, nos da miedo afrontarla, porque creemos que al darle uno u otro nombre podemos quizá estar cometiendo una equivocación o una injusticia. Y en realidad no es así. Las discapacidades y las deficiencias físicas o mentales son una realidad, a veces muy cruda, y, en cualquier caso, siempre retadora. Todas las manifestaciones de la discapacidad, unas más que otras, desafían nuestra comodidad y nuestra propia manera de entender el mundo.   

Somos distintos. Tenemos diferentes capacidades. ¿Y por qué eso tiene que ser un problema? Decir que hay personas que son más capaces que otras no debe verse como una aberración o una injusticia o una visión elitista y subjetiva de la realidad. Hay personas que son muy buenas para las matemáticas y otras que tienen un especial talento para la música. Aceptar estas diferencias, que las hay, no significa cometer una injusticia, como tampoco lo es decir que una persona es más capaz o más inteligente que otra. Eso no es una injusticia, mucho menos un pecado. Es una realidad. Ahora, lo que no podemos hacer es endiosar al más inteligente y despreciar a quien tiene algunas dificultades cognitivas, sean las que sean. Ambos son personas con igualdad de derechos ante la sociedad, y cada uno tiene algo que aportar. Quizá unos más que otros, pero eso es lo de menos. El meollo del asunto aquí, es aprender a relacionarnos horizontalmente, ser capaces de mirarnos a los ojos y además de aceptar las diferencias, trabajar juntos por encontrar las similitudes, que con toda seguridad las hay. 


La igualdad más que una utopía es una falacia. La igualdad como la entiende el comunismo no puede existir, porque la verdad es que no somos iguales. Solo somos iguales ante la muerte y, para quienes creemos, ante Dios, pero socialmente no lo somos y no podemos serlo. Lo demuestra claramente la historia. La igualdad a rajatabla no existe y no puede existir. Va contra natura. Una persona con discapacidad no es igual a una persona que goza de todos sus sentidos. Es una realidad, dolorosa, sí, pero incuestionable. 

La discapacidad o la deficiencia, como la queramos llamar, representa un reto para quien la vive a diario y para quienes conviven con ella. La mejor salida, para unos y otros, es aceptar la situación, abrazarla y aprender a vivir con ella. No basta con que la sociedad le brinde los medios necesarios para que la persona con discapacidad pueda llevar una vida digna. Es necesario que esa persona quiera también desarrollarse y aprovechar las oportunidades que la vida y la sociedad le brinda. Eso es válido para todos los individuos, para los muy capaces y los menos capacitados. Ambos tienen la obligación moral de entender y aceptar su propia situación, y de igual manera, tienen la obligación moral e histórica de entender y asumir cómo pueden contribuir a construir una sociedad más justa, más fraterna, trabajando juntos, respetando y valorando las diferencias. 

El gran reto entonces es asumir la discapacidad, aceptarla, abrazarla y normalizarla para que deje de verse como una carga o un problema y más bien la entendamos como una oportunidad que nos impulsa a ser mejores seres humanos, conscientes de nuestra fragilidad, pero también de nuestras diversas y múltiples capacidades.

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1 de agosto de 2024

Tengo el alma rota


Tengo el alma rota,
los ojos húmedos,
el corazón encogido.

Deseo gritar, 
¿Pero quién escuchará?

Los tiranos
por un mar de monedas
siguen fustigando,
sin piedad,
la libertad
de sus pueblos.

Y el mundo entero
se dedica a discutir,
izquierda,
derecha,
centro,
ni de aquí, ni de allá.

Yo tengo la verdad, dice uno.
Ah no! Soy yo quien tiene la verdad,
grita otro más fuerte.
Y otros, cobardemente, callan.
Quizá, unos pocos, rezan.

El oro negro,
La codicia,
Los intereses mezquinos
de unos pocos,
gobiernan el mundo.

La compasión,
la fraternidad,
la misericordia,
la solidaridad,
están agazapadas,
o quizá dormidas.
No lo sé.

Entre tanto,
reina la injusticia,
se derrama sangre,
sangre inocente.
Un hombre tortura a otro,
a su propio hermano,
a veces sin saber bien por qué.

Se escucha el llanto,
la desesperación,
la agonía,
la impotencia.
Y los sordos,
solo piden contar votos.

No me pidan que entienda
esta barbarie.


Jaime Borda V
1-agosto-2024



¿Quo vadis?

Mientras camina, balbucea algunas palabras inteligibles porque, a pesar de haber tantas, no encuentra aquellas que le permitan decir lo que ...