¿Pero, qué es eso que llaman libertad? Dicen los filósofos que responder a esta pregunta es esencial para entender mejor el arte de vivir mientras estamos de paso por este mundo. Sin embargo, debo admitirlo, me es difícil dar una respuesta certera a esta pregunta. La idea que expresa Albert Camus en esta imagen que encabeza estas líneas se acerca, en buena medida, a la idea que yo mismo tengo de lo que es la libertad.
Contrario a lo que mucho suelen creer, la libertad no significa ausencia de límites y menos aún, ausencia de responsabilidades. No, la libertad, para mi, es una cualidad compartida por el espíritu y la mente de una persona que le permite ser lo que desea ser en este mundo, consciente de que su existencia puede y debe tocar la de otros y la de otras para bien de todos y todas, o al menos para bien de quienes le están más cerca. Así mismo, creo que la libertad es un regalo y a la vez una conquista diaria.
En esta época de la hiperinformación y le hiper-conexión, es más difícil ser realmente libre. Resulta muy fácil dejarse llevar por cualquier idea, imagen o slogan con el que uno crea que se identifica, pero sin tener tiempo de pensar por qué. Tampoco resulta fácil tener una verdadera libertad de pensamiento cuando todo el día te están bombardeando con ideas de todo tipo, en su mayoría expuestas para que uno termine pensando de una sola manera o creyendo que las mentiras son verdades y, peor aún, que algunas verdades son mentira. Los poderes económicos y políticos de cada país y otros trasnacionales quieren hacernos pensar de una determinada manera y, sobre todo -esto es muy importante-, que no nos cuestionemos sobre si eso que están diciendo es verdad, o por lo menos si realmente es lo mejor para todos. En el mundo de hoy, cuestionar y cuestionarse es una acción, en muchos casos, arriesgada. Pero si no somos capaces de conquistar nuestra propia libertad de pensamiento, basada en la razón, en un conocimiento medianamente amplio de la historia humana y en el autoconocimiento, difícilmente lograremos ser dueños de nuestro propio destino y dejar una huella de bondad en este mundo.
Es importante subrayar que tener libertad de pensamiento no significa, en absoluto, pensar distinto a como piensa todo el mundo. No, de eso no se trata. Se puede ser libre y al mismo tiempo pensar igual que otros, pero por voluntad propia, una voluntad consciente y apoyado en argumentos solidos. Esto implica, necesariamente, que quien es libre en el pensar puede estar en desacuerdo con otros muchos, pero no por ello los desprecia, ni evita un diálogo a fondo con sus contradictores. No, quien es libre, sabe dialogar y por ende sabe escuchar y respetar a quien piensa distinto. Bueno, todo tiene sus límites. Es necesario saber cuándo no merece la pena dialogar. Como dicen por ahí, es mejor estar en paz que tener la razón. Esto daría para otra larga reflexión.
La libertad de espíritu es una conquista, me atrevería a decir, más alta que la libertad de pensamiento, aunque las dos, en el fondo, van de la mano. Una persona libre de espíritu vive en paz consigo misma, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Esto es lo que todo ser humano desea en el fondo de su corazón, aunque no siempre sea consciente de ello. Si resulta difícil hoy en día ser libres de pensamiento, más difícil todavía resulta ser una persona libre de espíritu y por ende, feliz.
Ser libre de espíritu no significa ser distinto a todo el mundo y mucho menos creer que se es superior a otros. No, en absoluto. Cada uno puede ser libre a su manera, siempre y cuando entienda que su libertad se interrelaciona con la libertad de otros y que esas libertades merecen respeto. Y si en el camino te encuentras personas que no son libres, atormentadas o esclavizadas por algo o por alguien, tu deber (asumido libremente), como ser humano, es ayudarlo o ayudarla a conquistar su propia libertad, o por lo menos darle una voz de aliento, mostrarle un camino, claro si el otro o la otra quiere dejarse ayudar. De nuevo, todo tiene un límite. Hay ocasiones en que realmente vale dar la vida por el prójimo (o por los prójimos); otras veces no. Aquí se necesita el don del discernimiento.
¡Ah! ¡Bendita libertad!
Para cerrar esta breve reflexión, te dejo con esta formidable frase de Cervantes, que a pesar de todos los años que han pasado desde cuando fuera escrita, no pasa de moda, ni pasará.