Hace ya varios días, en la red social LinkedIn, leí esta idea acerca de la educación, que me dejó pensando largamente:
"La indiferencia crece. En ninguna parte el fenómeno es tan visible como en la enseñanza donde en algunos años, con la velocidad del rayo, el prestigio y la autoridad del cuerpo docente prácticamente han desaparecido. El discurso del Maestro ha sido desacralizado, banalizado, situado en el mismo plano que el de los mass media y la enseñanza se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía escolar, mezcla de atención dispersada y de escepticismo lleno de desenvoltura ante el saber. Gran turbación de los Maestros. Es ese abandono del saber lo que resulta significativo, mucho más que el aburrimiento, variable por lo demás, de los escolares. Por eso, el colegio se parece más a un desierto que a un cuartel (y eso que un cuartel es ya en sí un desierto), donde los jóvenes vegetan sin grandes motivaciones ni intereses. De manera que hay que innovar a cualquier precio: siempre más liberalismo, participación, investigación pedagógica y ahí está el escándalo, puesto que cuanto más la escuela se dispone a escuchar a los alumnos, más éstos deshabitan sin ruido ni jaleo ese lugar vacío".
Lipovetsky (2005). La era del vacío. Barcelona: Anagrama
¿Qué tan cierta es esta afirmación? ¿Podemos transformar la situación actual?
A pesar de que muchos expertos y personas de los más diversos bagajes culturales, dicen, con frecuencia, que la educación es el motor del progreso y la base para cualquier cambio -positivo- de la sociedad, lo cierto es que hoy el panorama es más bien desalentador en cuanto al valor que le dan algunas familias y más aún los jóvenes a este aspecto de la vida.
Educar y educarse para construir una mejor sociedad ya no resulta un objetivo tan primordial para muchos individuos. Parece más atractiva la perspectiva de ser rico y famoso, creando videos con contenido superfluo. Así surge y se cimienta la relatividad de la escuela y del conocimiento como pilares del desarrollo personal.
Ahora bien, no es bueno generalizar, nunca. Eso resulta injusto, desproporcionado y hasta dramático, más aún si hablamos de la labor de un profesor, ya sea de colegio o de universidad e igualmente si hacemos referencia a los estudiantes, sean del nivel que sean. Por fortuna hay un buen número de excepciones a la regla de la mediocridad. No obstante, es innegable que la educación tiene que cambiar para poder transformar a los individuos y a la sociedad. Esto es algo que se viene diciendo hace años, pero pareciera que seguimos en las mismas, es decir, conservando una educación tradicionalista, de mera transmisión de conocimientos. ¿Será?
¿Son los estudiantes indiferentes ante lo que se les enseña o trata de enseñar? No todos, ciertamente, pero el porcentaje puede ser alto, más de lo que estamos dispuestos a admitir. A los poderosos les sirve esa falta de interés ante el conocimiento, pues así serán más manipulables, que en últimas es lo que buscan. La gente que piensa puede ser un peligro y sobre todo si son muchos. Entonces la sociedad constriñe a la escuela para que esta siga una ruta prefijada a fin de mantener el status quo. Ahora bien, el análisis de la indiferencia actual de los jóvenes y de muchos adultos seguramente tiene otros matices en los que, por ahora, no profundizaré. Como lo he señalado en otras partes, la realidad es poliédrica y por ende es apenas natural pensar que cualquier problema social puede tener múltiples causas.
En esta era de la relatividad y de la "instantaneidad" (Bauman, 2002), el esfuerzo que implica estudiar, aprender, interpretar, analizar, crear... resulta poco atrayente. La mayoría de las personas quieren todo "en el acto". Se busca la satisfacción inmediata, que por lo mismo pasa demasiado rápido y entonces se vive en una búsqueda permanente, pero desordenada y siempre inconclusa, de la satisfacción lo que en últimas lleva al "agotamiento y la desaparición inmediata del interés" (Bauman, 2002). Es uno de los aspectos propios de la modernidad líquida en que vivimos.
Cabe señalar también que en medio de este caos hay un buen número de intelectuales, que aún teniendo mucha información y habiendo desarrollado su pensamiento por encima del promedio, lo hacen dentro de unos cánones previamente establecidos. No es fácil salirse de esa caja y en últimas son pocos los que realmente lo logran y pueden entonces encontrar nuevas respuestas a preguntas incómodas y a otras de vital importancia para la humanidad.
¿Son los colegios y las universidades un desierto donde los jóvenes vegetan? De nuevo, no es bueno generalizar, pero ante el deseo de la inmediatez que se sacia con suma facilidad, la escuela y el conocimiento que allí puede adquirirse resultan hoy de poco valor. Aparentemente ya no hay nada por descubrir, nada nuevo que inventar. Vivimos en una falacia y no nos hemos percatado de ello (o no queremos darnos cuenta).
En las universidades privadas y a veces hasta en las públicas, el estudiante es tratado como "el cliente" y, según las leyes del mercado, "el cliente siempre tiene la razón". De otra parte, "los jóvenes de hoy en día" (Le Luthier), están acostumbrados a que todo está a "un click de distancia". Por esto, tener que esforzarse mental y físicamente no es algo tan necesario, o al menos así nos lo quieren hacer ver y son muchos los que caen en el engaño. El poder que se le ha dado al conocimiento, ahora no es el mismo que tenía hasta finales del siglo pasado. En este escenario hay otras posibilidades más interesantes que ir a la universidad. ¿Cómo cambiar esta situación?
Estamos llamados a repensar nuestra labor como docentes para transformar la "modernidad líquida" en la que estamos sumergidos y reconstruir el mundo para bien de todos. No es una tarea sencilla, pero sí apremiante e inaplazable.
Jaime Borda V., PhD
@ Blog: La Vida en Siete Colores
*Zygmunt Bauman (2002). Modernidad Líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.