Finalmente han pasado las elecciones en Colombia y el país tiene un nuevo presidente que empezará a ejercer sus funciones a partir del próximo 7 de agosto. El pueblo colombiano se ha pronunciado en las urnas y ha decidido darle la oportunidad de gobernar el país al izquierdista Gustavo Petro Urrego y a la líder social, afrodescendiente, Francia Márquez Mina. Un hito histórico para nuestro país.
La corta diferencia de casi 750.000 votos entre Gustavo Petro, del llamado "Pacto Histórico" y el outsider Rodolfo Hernández, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, ha dejado como resultado un ganador y también un país claramente dividido. Ya lo estábamos, pero las votaciones del pasado domingo 19 de junio lo han dejado aún más en evidencia: por el ingeniero de Piedecuesta Rodolfo Hernández votaron 10.580.399 personas, mientras que por el ex-senador y líder de izquierda Gustavo Petro, oriundo -al parecer- de Ciénaga de Oro (Córdoba) votaron 11.281.002 colombianos y colombianas. Contrario a lo que este segundo candidato y su fórmula vicepresidencial dijeron, no hubo fraude electoral, o al menos eso parece hasta el momento. Muchos "rodolfistas" tienen sus dudas al respecto. Esperemos que se disipen en el corto plazo, para bien de todos.
Intuyo, aunque sin pruebas fehacientes, que un porcentaje significativo de los que votaron por Hernández lo hicieron más como un rechazo a Petro y a Francia Márquez y al PH que por que estuviesen convencidos de que el ingeniero era la mejor opción para Colombia. Esto significa que hay más de 10 millones de almas inconformes y que cargan hoy con un gran miedo por lo que pueda pasar en el futuro cercano; entre esas almas me encuentro yo. Hay temor a un desplome sustancial en la economía nacional, a que los paramilitares y -quizá- las guerrillas recrudezcan sus ataques, a la persecución política contra los que pensemos diferente, a que Petro se quede en el poder indefinidamente, a que el "vivir sabroso" sea apenas una ilusión que se esfumará en poco tiempo. En fin, hay un sinnúmero de miedos que algunos tenemos aún a flor de piel, ante la perspectiva de un futuro demasiado incierto.
El discurso de Gustavo Petro, después de unas emocionantes palabras de agradecimiento por parte de Francia Márquez, dejó en el ambiente una sensación de esperanza, al menos eso me pasó a mi y a todos en mi casa. Ahora bien, estoy seguro que muchos no lo ven así, pero, desde mi perspectiva, Petro en sus palabras dibujó de manera elocuente el país que la mayoría de colombianos y colombianas soñamos. Como él mismo lo expresó: "las elecciones, más o menos, mostraron dos Colombias (...) nosotros queremos que Colombia en medio de su diversidad sea una Colombia, no dos Colombias, y para que sea una Colombia necesitamos del amor... Entendida la política del amor como una política del entendimiento, como una política del diálogo, como una política de comprendernos los unos a los otros". Como diría Pablo Bohórquez, éstas son "palabras mayores". No cabe duda que ha sido un gran discurso, de los mejores que he escuchado en mucho tiempo. ¿Pero cómo hacerlo realidad?
Más allá de si estas sentidas palabras han salido de lo profundo de su corazón o no, y si son fruto de un sueño sincero o no, me pregunto: ¿seremos capaces de hacer realidad estas palabras? ¿seremos capaces, entre todos y todas, de hacer de Colombia una Potencia Mundial de la Vida? Por ahora, no parece una tarea fácil. Hay muchas heridas, unas viejas y otras más nuevas. Hemos vivido por muchos años en medio de la pobreza, la desigualdad, las injusticias, la violencia; de hecho, son muchos y muchas los que han muerto injustamente a causa de sus ideas. A esta triste realidad, se suma todo el odio que se exacerbó a lo largo de la campaña presidencial, gracias en buena medida a las mentiras, los engaños y los insultos que se dieron, de un lado y otro, entre los miembros o los simpatizantes de ambas bandos. Hay que reconocerlo, éramos dos bandos, dos Colombias opuestas, y lo seguimos siendo.
Aunque hasta cierto punto los ánimos se han calmado y hay menos revuelo en las redes sociales y, seguramente, menos discusiones familiares, se siguen viendo y escuchando expresiones de odio, de rabia, de tristeza o, también, de una infundada superioridad. Algunos ganadores se están creyendo "los buenos de la historia", con una grandeza sin piso, fruto de su ego y de su ceguera. Y del otro lado, están los más pesimistas, que siguen echando leña al fuego, que empezaron desde ya a vaticinar un futuro demasiado oscuro para nuestro país.
Personalmente creo que resulta muy precipitado hacer pronósticos claros (sean pesimistas u optimistas) sobre lo que nos espera a partir del próximo 7 de agosto, cuando Gustavo Petro Urrego se posesione como nuevo Presidente de Colombia y Francia Márquez como la nueva Vicepresidenta, la primera mujer afrodescendiente, de origen humilde, en ocupar ese cargo. La historia aún está por escribirse. ¿Qué tal si cada uno, sin importar de que bando seamos, hacemos un esfuerzo, y ponemos de nuestra parte por escribir una historia bonita, digna de ser contada, de la que podamos sentirnos orgullosos?
A pesar de todos los miedos y dudas que tengo, prefiero mirar al futuro con alegría. Elijo enfrentar la incertidumbre con optimismo y buscar caminos para hacer realidad la "política del amor", no porque este de moda el tema, ni porque sea la promesa del presidente electo, sino porque creo que realmente es lo mejor para todos. Como lo dijo hace ya varios años, la líder religiosa, de origen italiano, Chiara Lubich, "la política es el amor de los amores", porque su objetivo principal es buscar los mejores caminos para lograr el bien común.
Dicen que las palabras y el pensamiento tienen poder, ¿Cuánto poder no podríamos tener y proyectar si sincronizamos los de todos los Colombianos y las Colombianas de buena voluntad que soñamos con la paz, el progreso eco-sostenible y la justicia social? ¿Lo logras imaginar?
Espero, con todo mi corazón, que este momento no se quede solo en infértil poesía. Ya veremos.
Un abrazo.