12 de mayo de 2021
Qué está pasando en Colombia en el 2021
7 de mayo de 2021
La protesta social, lo justo de un sueño, lo insensato de algunas acciones
Como cientos de colombianos, veo con profundo dolor, consternación y desasosiego, lo que está sucediendo en nuestro país. Miles de personas, en su mayoría jóvenes, han salido a las calles a protestar por una causa noble: construir un país donde haya verdadera justicia, equidad en la distribución de la riqueza, cuidado del campo y del medio ambiente, una educación de calidad y un servicio de salud que responda a las necesidades de todos por igual, de todos, pobres y ricos, ciudadanos y campesinos, personas de cualquier género, edad o condición social; esto es, en esencia, el sueño de todos los que han salido a manifestarse pacíficamente en estos días.
Infortunadamente, como tantas otras veces, fuerzas
oscuras y una secuela de desadaptados, aprovechan la situación para desatar la
violencia y la destrucción de bienes públicos (es decir, bienes de todos). Es
verdad que, para nuestra desgracia, tenemos una clase política no sólo egoísta,
sino ciega, sorda, incompetente e indolente con la realidad de sus ciudadanos.
Es la clase política que, muy a pesar nuestro, hemos elegido. Pero eso no justifica
el vandalismo, ni la falta de cordura extrema que ha causado el sufrimiento y
la muerte de varios inocentes. Como por ejemplo, el bebé que murió en
Tocancipá, por la barbarie de manifestantes que bloquearon una ambulancia; o el
asesinato descarnado de miembros de la Fuerza Pública, como hemos visto en las
redes.
Por otro lado, están los mensajes descontextualizados (estratégicamente
ajenos a la realidad) de los miembros del gobierno que evidentemente no saben
cómo controlar la crisis, la desinformación de los medios oficiales y el
lenguaje agresivo de algunos líderes de la oposición o de diversos sectores
radicales que arengan contra el poder y caldean los ánimos de la ciudadanía, en
especial de los más vulnerables, que por su propia situación no han
desarrollado un criterio propio que les permita decidir, por ellos mismos, lo
que es más conveniente para todos. ¿Y qué tenemos entonces como resultado? Violencia
desmedida ante la que el Estado, que quizá ve con miedo el clamor de miles y
miles de jóvenes descontentos (y pensantes), responde con más violencia,
haciendo también un uso desmedido de la fuerza.
La policía y las fuerzas armadas están para defender
al pueblo y garantizar la seguridad ciudadana. Seguramente, algunos lo hacen de
la manera correcta…, pero otros, nos sabemos cuántos, abusan del poder que
tienen y, quizá carentes de criterio propio y de un adecuado dominio de sus
emociones, arremeten, violando los Derechos Humanos, no sólo contra los
vándalos (que los hay), sino contra personas inocentes, como Lucas Villa y
Santiago Murillo, por nombrar sólo dos tristes casos de estos días.
Debo hacer un paréntesis; en el caso de Lucas Villa no
está plenamente comprobado, por ahora, que haya sido la fuerza pública quien lo
asesinó. La violencia, en estos momentos viene de muchos lados. Insisto, hay
fuerzas oscuras, además de las del Estado, que quieren llevarnos a la
destrucción. ¿Por qué? Como siempre, intereses políticos y económicos
absolutamente mezquinos.
Y en medio de este desolador panorama, los
transportadores y otras organizaciones que lideran la protesta social, han
llamado al bloqueo de las vías. Con esto, personalmente, no estoy de acuerdo. Habían
dicho inicialmente que, si se caía la Reforma Tributaria, ellos no bloquearían
las vías. Sin embargo, el presidente Duque retiró la propuesta y, aun así –no
sabemos exactamente por orden de quien-, muchas vías han sido bloqueadas. ¿Es
realmente necesaria esa presión?
Sabemos que estamos en manos de una semidictadura
disfrazada, que nos venden mentiras descaradas y que por lo mismo debemos
seguir luchando para que se haga justicia; pero, con todo y todo, la democracia
aún no se ha muerto, aunque algunos muy escépticos piensen que sí. Otro
paréntesis… Nuestra democracia no ha sido enterrada, no al menos como en
Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Somalia, Burundi, etc. Tenemos una democracia
débil, probablemente coja, pero al menos la tenemos y está en nuestras manos
fortalecerla…
Vuelvo a preguntar ¿A quiénes afecta más el que no podamos
movilizarnos? ¿Eso de verdad afecta al gobierno de turno o a los congresistas
insensibles? Se supone que la
movilización es un derecho de todos los ciudadanos y hoy, muchos, no podemos salir de nuestros municipios
porque el transporte ha sido suspendido y varias carreteras están bloqueadas
(por ciudadanos inconformes, pero también por personas carentes de criterio).
Pero eso no es lo más grave. Lo más complejo, desde mi
punto de vista, es la imposibilidad de transportar los alimentos y las
medicinas, que son bienes básicos que responden a derechos fundamentales de las
personas: la salud y la alimentación. Además, está afectando profundamente la
ya destruida economía que tenemos. Miles de afectados, que en principio apoyan
la protesta social, le empiezan a quitar su respaldo, porque entienden que no
se puede combatir la injusticia, el irrespeto a la vida y a la salud, a la
equidad, atentando contra todos esos mismos derechos. Es un tema de simple
coherencia y legitimidad, y recordemos: no todo vale.
Dichos bloqueos están generando un desabastecimiento
de alimentos y de medicinas. En Suesca y Sesquilé, por ejemplo, se han
reportado pérdidas de grandes cantidades de leche; y algunos hablan de la falta
de insumos de medicamentos esenciales. Tales bloqueos están perjudicando a
muchas personas que sufren de enfermedades graves o que se han contagiado de
COVID y que por lo mismo, necesitan ir a Bogotá a sus tratamientos o a reclamar
sus medicinas, lo que pone en riesgo la vida de estas personas. Sin embargo, hoy
no pueden (no podemos) trasladarnos y atender estas necesidades vitales. ¿Esto
es justicia social? ¿Esto es equidad? ¿Esto ayuda a reactivar la economía?
¿Dejar a la gente sin comida traerá equidad y mejores condiciones para todos? ¿Esto
es, de verdad, una forma inteligente de reclamar nuestros derechos?
La verdad, no lo creo.
Para construir una Colombia justa, los colombianos, los ciudadanos de bien, requerimos que el gobierno y las instituciones y la Fuerza Pública, empiecen
por dar ejemplo. Y que, por otro lado, el movimiento social sea coherente, no
pierda el capital intangible e inmenso que le otorga la legitimidad de sus
reclamos, por la puesta en práctica de medios inmorales que dejan de lado los
mismos derechos que tanto dice defender.
¿Alguna solución sensata y efectiva? ¿Qué tal si
conversamos entre los ciudadanos y creamos comités donde se planteen los
problemas más cercanos (y se den espacios para hallar soluciones), sin esperar
nada del gobierno? ¿Y si cultivamos en nosotros y en nuestros jóvenes el
espíritu de la solidaridad y un pensamiento crítico-constructivo? ¿Y si rogamos
juntos a Dios, al mismo tiempo que cultivamos en el corazón la fraternidad? ¿Una
utopía? Las utopías, junto con el amor, son el verdadero motor del cambio que
el mundo necesita.
Resuenan en mi corazón y en mi mente ejemplos de luchas
más pacíficas y más contundentes, como las vidas de Tenzin
Gyatso (Dalai Lama), Martin Luther King, Bayard Rustin, Nelsón Mandela, Wangari Maathai,
Chiara Lubich, Madre Teresa de Calcuta…
Quiero creer, a pesar de todo, que otro país es
posible.
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