“Pues siempre tendrán a los pobres con ustedes y los pueden ayudar en cualquier momento; pero no siempre me tendrán a mí”. Marcos, 14:7
Pero, estemos atentos, también hace hincapié en que “no siempre me tendrán a mí”. ¿Qué pueden significar exactamente estas palabras? ¿Acaso no dijo también, Él mismo, que estaría con nosotros en todo momento? ¿Y entonces?
Más allá de todas estas consideraciones, la realidad es irrefutable, los pobres están por todas partes, aunque segregados. La pobreza sigue afectando día tras día a más personas y al parecer en poco tiempo todo puede ser peor. Eso dicen los gurús que profetizan una recesión económica mundial importante para este 2023. ¿Y hay alguna salida? Seguramente hay muchas, pero implican sacrificios que muy pocos están (estamos) dispuestos a hacer.
El capitalismo salvaje viene arrasando con los recursos naturales desde hace décadas y su lógica del progreso y del bienestar individual no hace más que contribuir a perpetuar las desigualdades sociales, como si fuera una ley universal que en este mundo siempre debe haber ricos y pobres (para lo cual hay centenas de argumentos) y que por ende la distribución equitativa de las riquezas será una utopía eterna.
Investigando hace unos días sobre economías alternativas, me topé con esta idea que, a mi modo de ver, tiene mucho de verdad:
El pensamiento liberal no ha podido buscar la libertad real entre personas, ni entre grupos y comunidades porque desconoce el sentido de la unidad. Más bien ha dado por un hecho que las desigualdades, en todas sus formas, son una especie de fatalidad. No ha sabido distinguir entre las desigualdades que es necesario respetar y promover, de las que son resultado de una historia atravesada por la injusticia, que tiene su raíz en la falta de reconocimiento y del respeto al otro como igual, como prójimo. (Aguilar Sahagún, 2002; p. 86)
Quiero resaltar algunos aspectos importantes que entreveo en estas líneas:
El gran sueño de la libertad no depende del dinero, sino del sentido de unidad, un principio de una potencia infinita, pero no tan sencillo de exponer. Eso daría para un libro.
Las desigualdades no son una fatalidad, más bien son una gracia y una oportunidad para ser mejores seres humanos. La diversidad que nos caracteriza es realmente una gracia (dependiendo de cómo la veamos y la vivamos, claro está) y las desigualdades sociales son una oportunidad que nos impulsa a buscar caminos de justicia, solidaridad y fraternidad.
Gracias a Dios hay mucha gente buena que lucha por construir un mundo mejor. Eso también es una verdad innegable, pero no es menos cierto que ese alivio no es suficiente, en absoluto, para resolver el problema de la pobreza y acabar con el hambre y con las enormes injusticas que siguen gobernando nuestro mundo. Como diría Coetze, hoy en día la bondad por si sola no es una virtud tan valiosa o al menos no es suficiente para cambiar el rumbo de la historia, se requiere de heroísmo.
El desafío es enorme, pero vale la pena afrontarlo y, hacer nuestras las palabras del filósofo francés Éric Sanin, "Debemos defender el derecho a experimentar otros modos de existencia más virtuosos y solidarios" (...) e implicarnos, con entusiasmo y convicción "en los asuntos comunes" y sentirnos así "plenamente involucrado(s) en el desarrollo de nuestros destinos individuales y colectivos".
Jaime Borda Valderrama
Escribo por pasión y convicción
&&&&&&&&&
No hay comentarios:
Publicar un comentario