20 de diciembre de 2020

A 5 días de la Navidad

 

María, Madre del Verbo Eterno, hoy me dirijo a ti, para darte gracias por tu Sí, por que gracias a tu docilidad y a tu fe, Jesús habitó entre nosotros. Gracias María. Llévanos de tu mano hacia Dios, enséñanos a guardar silencio del mismo modo que tú lo hiciste, para poder escuchar en nuestro interior la Voz de Dios, que nos llenará de paz, de alegría y de esperanza. 

María, me acojo bajo el manto de tu ternura maternal, con el deseo de caminar de tu mano cada hora de este día, y así poder vencer todos mis miedos y mis inseguridades y tener la fuerza y el valor para enfrentar los desafíos que la vida me presente.  

Jesús, mi Salvador, me pongo delante tuyo, con todo lo que soy, con mis defectos y virtudes, mis errores y mis aciertos. Quiero ser tuyo porque confío plenamente en tu misericordia y en tu bondad. 

Jesús, hoy te quiero pedir por todos los que sufren alguna discapacidad o tienen alguna condición que los hace más vulnerables. Sabemos que también estas presentes en cada uno de ellos. Hazles sentir tu Amor a través de nuestras acciones concretas. 

Ven, Señor, ven pronto en nuestro auxilio, y renueva, por favor, la esperanza y la alegría que nos da el celebrar una vez más la Navidad, es decir, celebrar que te hayas hecho Niño, por amor a nosotros.

Me pongo de nuevo en tus manos Jesús, seguro de que tu Amor nos acompaña cada día de nuestra vida. Amén. 

20 de diciembre de 2020


 

CONSIDERACIÓN - DÍA 5
(Tomado de la novena tradicional colombiana)

Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre; veamos hoy toda la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de tiempo. Necesidad hay de que nos detengamos en ella si queremos comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la encarnación y el modo como hemos de corresponder a ellos.

María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatifica terrestre; la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la eternidad, Iba a leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante muchos años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura... Haría todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su sueño o despierta, hasta que la hubiese aprendido de memoria...¡cuán ardientemente deseaba ese día!.

Tal era la expectativa de María...era inaudita en sí misma, mas no por eso dejaba de ser el tipo magnífico de toda la vida cristiana. No nos contentemos con admirar a Jesús residiendo en María, sino pensemos que en nosotros también reside por esencia, potencia y presencia.

Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación a la gracia; de esta manera, el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo Niño que estaba en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias como la suya?


(Nota: El texto que aparece en la página web seleccionada, tiene algunos errores que han sido corregidos aquí)

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