13 de septiembre de 2024

La discapacidad como realidad y desafío


Reflexiones surgidas tras varias lecturas sobre la discapacidad y las diversas formas de entenderla, estudiarla y asumirla.

La distinción entre impedimento o deficiencia y discapacidad ha resultado ser un discurso que no nos permiten entender una circunstancia –la discapacidad- en su justa dimensión. En cierto sentido nos frena a la hora de proponer soluciones efectivas. En el fondo la distinción entre deficiencia/discapacidad nos lleva a negar la realidad, a no aceptarla tal como es. Es más, nos da miedo afrontarla, porque creemos que al darle uno u otro nombre podemos quizá estar cometiendo una equivocación o una injusticia. Y en realidad no es así. Las discapacidades y las deficiencias físicas o mentales son una realidad, a veces muy cruda, y, en cualquier caso, siempre retadora. Todas las manifestaciones de la discapacidad, unas más que otras, desafían nuestra comodidad y nuestra propia manera de entender el mundo.   

Somos distintos. Tenemos diferentes capacidades. ¿Y por qué eso tiene que ser un problema? Decir que hay personas que son más capaces que otras no debe verse como una aberración o una injusticia o una visión elitista y subjetiva de la realidad. Hay personas que son muy buenas para las matemáticas y otras que tienen un especial talento para la música. Aceptar estas diferencias, que las hay, no significa cometer una injusticia, como tampoco lo es decir que una persona es más capaz o más inteligente que otra. Eso no es una injusticia, mucho menos un pecado. Es una realidad. Ahora, lo que no podemos hacer es endiosar al más inteligente y despreciar a quien tiene algunas dificultades cognitivas, sean las que sean. Ambos son personas con igualdad de derechos ante la sociedad, y cada uno tiene algo que aportar. Quizá unos más que otros, pero eso es lo de menos. El meollo del asunto aquí, es aprender a relacionarnos horizontalmente, ser capaces de mirarnos a los ojos y además de aceptar las diferencias, trabajar juntos por encontrar las similitudes, que con toda seguridad las hay. 


La igualdad más que una utopía es una falacia. La igualdad como la entiende el comunismo no puede existir, porque la verdad es que no somos iguales. Solo somos iguales ante la muerte y, para quienes creemos, ante Dios, pero socialmente no lo somos y no podemos serlo. Lo demuestra claramente la historia. La igualdad a rajatabla no existe y no puede existir. Va contra natura. Una persona con discapacidad no es igual a una persona que goza de todos sus sentidos. Es una realidad, dolorosa, sí, pero incuestionable. 

La discapacidad o la deficiencia, como la queramos llamar, representa un reto para quien la vive a diario y para quienes conviven con ella. La mejor salida, para unos y otros, es aceptar la situación, abrazarla y aprender a vivir con ella. No basta con que la sociedad le brinde los medios necesarios para que la persona con discapacidad pueda llevar una vida digna. Es necesario que esa persona quiera también desarrollarse y aprovechar las oportunidades que la vida y la sociedad le brinda. Eso es válido para todos los individuos, para los muy capaces y los menos capacitados. Ambos tienen la obligación moral de entender y aceptar su propia situación, y de igual manera, tienen la obligación moral e histórica de entender y asumir cómo pueden contribuir a construir una sociedad más justa, más fraterna, trabajando juntos, respetando y valorando las diferencias. 

El gran reto entonces es asumir la discapacidad, aceptarla, abrazarla y normalizarla para que deje de verse como una carga o un problema y más bien la entendamos como una oportunidad que nos impulsa a ser mejores seres humanos, conscientes de nuestra fragilidad, pero también de nuestras diversas y múltiples capacidades.

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