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31 de octubre de 2022

El valor relativo del conocimiento en la modernidad líquida

Hace ya varios días, en la red social LinkedIn, leí esta idea acerca de la educación, que me dejó pensando largamente:

"La indiferencia crece. En ninguna parte el fenómeno es tan visible como en la enseñanza donde en algunos años, con la velocidad del rayo, el prestigio y la autoridad del cuerpo docente prácticamente han desaparecido. El discurso del Maestro ha sido desacralizado, banalizado, situado en el mismo plano que el de los mass media y la enseñanza se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía escolar, mezcla de atención dispersada y de escepticismo lleno de desenvoltura ante el saber. Gran turbación de los Maestros. Es ese abandono del saber lo que resulta significativo, mucho más que el aburrimiento, variable por lo demás, de los escolares. Por eso, el colegio se parece más a un desierto que a un cuartel (y eso que un cuartel es ya en sí un desierto), donde los jóvenes vegetan sin grandes motivaciones ni intereses. De manera que hay que innovar a cualquier precio: siempre más liberalismo, participación, investigación pedagógica y ahí está el escándalo, puesto que cuanto más la escuela se dispone a escuchar a los alumnos, más éstos deshabitan sin ruido ni jaleo ese lugar vacío". 

Lipovetsky (2005). La era del vacío. Barcelona: Anagrama 


¿Qué tan cierta es esta afirmación? ¿Podemos transformar la situación actual? 

A pesar de que muchos expertos y personas de los más diversos bagajes culturales, dicen, con frecuencia, que la educación es el motor del progreso y la base para cualquier cambio -positivo- de la sociedad, lo cierto es que hoy el panorama es más bien desalentador en cuanto al valor que le dan algunas familias y más aún los jóvenes a este aspecto de la vida. 

Educar y educarse para construir una mejor sociedad ya no resulta un objetivo tan primordial para muchos individuos. Parece más atractiva la perspectiva de ser rico y famoso, creando videos con contenido superfluo. Así surge y se cimienta la relatividad de la escuela y del conocimiento como pilares del desarrollo personal.

Ahora bien, no es bueno generalizar, nunca. Eso resulta injusto, desproporcionado y hasta dramático, más aún si hablamos de la labor de un profesor, ya sea de colegio o de universidad e igualmente si hacemos referencia a los estudiantes, sean del nivel que sean. Por fortuna hay un buen número de excepciones a la regla de la mediocridad. No obstante, es innegable que la educación tiene que cambiar para poder transformar a los individuos y a la sociedad. Esto es algo que se viene diciendo hace años, pero pareciera que seguimos en las mismas, es decir, conservando una educación tradicionalista, de mera transmisión de conocimientos. ¿Será? 

¿Son los estudiantes indiferentes ante lo que se les enseña o trata de enseñar? No todos,  ciertamente, pero el porcentaje puede ser alto, más de lo que estamos dispuestos a admitir. A los poderosos les sirve esa falta de interés ante el conocimiento, pues así serán más manipulables, que en últimas es lo que buscan. La gente que piensa puede ser un peligro y sobre todo si son muchos. Entonces la sociedad constriñe a la escuela para que esta siga una ruta prefijada a fin de mantener el status quo. Ahora bien, el análisis de la indiferencia actual de los jóvenes y de muchos adultos seguramente tiene otros matices en los que, por ahora, no profundizaré. Como lo he señalado en otras partes, la realidad es poliédrica y por ende es apenas natural pensar que cualquier problema social puede tener múltiples causas. 

En esta era de la relatividad y de la "instantaneidad" (Bauman, 2002), el esfuerzo que implica estudiar, aprender, interpretar, analizar, crear... resulta poco atrayente. La mayoría de las personas quieren todo "en el acto". Se busca la satisfacción inmediata, que por lo mismo pasa demasiado rápido y entonces se vive en una búsqueda permanente, pero desordenada y siempre inconclusa, de la satisfacción lo que en últimas lleva al "agotamiento y la desaparición inmediata del interés" (Bauman, 2002). Es uno de los aspectos propios de la modernidad líquida en que vivimos. 

Cabe señalar también que en medio de este caos hay un buen número de intelectuales, que aún teniendo mucha información y habiendo desarrollado su pensamiento por encima del promedio, lo hacen dentro de unos cánones previamente establecidos. No es fácil salirse de esa caja y en últimas son pocos los que realmente lo logran y pueden entonces encontrar nuevas respuestas a preguntas incómodas y a otras de vital importancia para la humanidad. 

¿Son los colegios y las universidades un desierto donde los jóvenes vegetan? De nuevo, no es bueno generalizar, pero ante el deseo de la inmediatez que se sacia con suma facilidad, la escuela y el conocimiento que allí puede adquirirse resultan hoy de poco valor. Aparentemente ya no hay nada por descubrir, nada nuevo que inventar. Vivimos en una falacia y no nos hemos percatado de ello (o no queremos darnos cuenta).  

En las universidades privadas y a veces hasta en las públicas, el estudiante es tratado como "el cliente" y, según las leyes del mercado, "el cliente siempre tiene la razón". De otra parte, "los jóvenes de hoy en día" (Le Luthier), están acostumbrados a que todo está a "un click de distancia". Por esto, tener que esforzarse mental y físicamente no es algo tan necesario, o al menos así nos lo quieren hacer ver y son muchos los que caen en el engaño. El poder que se le ha dado al conocimiento, ahora no es el mismo que tenía hasta finales del siglo pasado.  En este escenario hay otras posibilidades más interesantes que ir a la universidad. ¿Cómo cambiar esta situación? 

Estamos llamados a repensar nuestra labor como docentes para transformar la "modernidad líquida" en la que estamos sumergidos y reconstruir el mundo para bien de todos. No es una tarea sencilla, pero sí apremiante e inaplazable. 


Jaime Borda V., PhD
@ Blog: La Vida en Siete Colores


*Zygmunt Bauman (2002). Modernidad Líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

18 de junio de 2014

Esta larga ausencia

¿Por qué no he vuelto por aquí?

Me dejé absorber por el trabajo. Me parece que no tuve otra opción. La vida es la que es y hay situaciones que se nos pueden salir de las manos o sobre las que podemos ejercer un control mínimo. Me refiero a esas situaciones que se asemejan a tempestades y para salir airosos, tenemos que capotear esa tempestad con todo nuestro potencial. No podemos esquivarlas y menos si se trata de nuestra "superviviencia" y es superviviencia porque efectivamente el pago que recibimos a cambio de nuestra ingente labor (la docencia) no da más que para sobrevivir en estos tiempos.

¿Es una queja? Sí, se puede tomar como tal. Al oírla, algunos me han dicho que eso refleja mi descontento con lo que hago. Que no esta bien quejarse por tu trabajo... hay tantos que no lo tienen. ¿Y? Bueno, lo admito, no logro disfrutar mi trabajo todo lo que yo quisiera. ¿Y eso está mal? ¿Sentirse cansado y algo decepcionado por haber dejado la piel cada día en tu trabajo, por haber trabajado muchas horas extras y ver pocos resultados positivos? No lo creo... Es necesario hacer una catarsis y expresarlo me permite hacer esa catarsis.
¿Y hay alguna alternativa ante el cansancio y el desánimo por los pocos frutos que veo? Por ahora sólo se me ocurre una: hacer un cambio de chip y disfrutar este trabajo, ejercerlo cada vez con mayor profesionalismo y no olvidarme que la educación es la base para el progreso de una sociedad. Es más, estoy convencido que la educación es el único medio para cambiar la sociedad, y la nuestra necesita cambios profundos. Yo trabajo -no sé bien si por desgracia o por fortuna- con niños y niñas yupis (estrato diez) que no valoran la educación. En realidad lo más grave es que los padres de estos chicos no valoran la educación en la justa medida. Son padres y madres que, en un alto porcentaje, creen que la educación depende exclusivamente del colegio; total, para eso pagan una buena fortuna por la educación de sus hijos... Es más, esos padres creen que el profesor es como un títere, un payaso, un ser que vale poca cosa y eso es absolutamente nefasto. Mientras estas familias no asuman la educación de sus hijos e hijas con responsabilidad, mientras no dejen de creer que la buena educación se compra con una buena billetera y no les enseñen a respetar y a valorar a sus maestros y maestras, este país no saldrá del pozo en el que está. Seguiremos teniendo problemas de corrupción, de injusticia, de violencia y de una profunda desigualdad social. Sí, la educación es una responsabilidad de todos, no sólo de la escuela.

Creo que me estoy yendo por las ramas... Volvamos al punto inicial. Después de este año intenso, me queda una reflexión importante. Si no te gusta plenamente lo que haces, tienes dos alternativas: o haces un esfuerzo para que te guste o buscas otra salida. En mi caso personal no veo otra salida, así que no tengo más alternativa que aprender a disfrutar lo que hago, con todo y los sinsabores que esta loable labor conlleva. Entre tanto y aprovechando las vacaciones, quiero, mientras sea posible, dejarme tomar por la palabra... Amanecerá y veremos!!

La vida es una sola y vale la pena gastarla bien...
             

11 de julio de 2013

¿Qué es educar?

Por estos días me ha acompañado esta pregunta de manera más constante de lo habitual. Quizá sea porque en pocos días empezaré de nuevo a ejercer como "profesor de matemáticas". Tras cinco años de investigación y de reflexión sobre el quehacer educativo me surgen varios interrogantes: ¿Cuál debe ser mi labor más importante con los que serán mis estudiantes? ¿Enseñarles matemáticas, simplemente? ¿Enseñarles valores? ¿Mostrarles caminos y opciones de vida? ¿Ayudarles a descubrir su propia vocación? Ésto último sería lo más interesante, pero ¿cómo hacerlo a través de las matemáticas, las que yo conozco, por lo menos? Cuando digo "las que yo conozco" me refiero a la forma como las aprendí, muy tradicional y aunque en mis años de experiencia he intentado buscarles el mayor significado posible para mis estudiantes y para mí mismo, lo cierto es que no puedo negar mis raices, es decir mi forma de aprender y de enseñar.

No obstante, más allá de la forma como enseño, lo que debo buscar es que mi forma de ser y de hacer las cosas sea en sí misma una escuela, no tanto porque yo sea digno de emular, ni muchísimo menos, sino porque ha sido por ello justamente que me han contratado y además porque -lo creo así- es parte esencial de la labor de un docente, o mejor sería decir, de un maestro, una de las profesiones más complejas que existen, profesión que yo no busqué, sino más bien fue ella la que me buscó y... me atrapó.    

30 de julio de 2012

Educar, un arte...

Cada vez es más claro para mí: educar es un arte, quizá uno de los más complejos y difíciles. Es un arte como lo puede ser esculpir una escultura, pintar un cuadro, componer una canción o escribir un libro. El educar, en cierto sentido, involucra todas estas manifestaciones del arte. Pero el educador, a diferencia de los demás artsitas, nunca puede estar seguro de cómo terminará su obra, ni siquiera puede estar plenamente seguro de si su estilo es siempre el más adecuado. Cada alumno es un mundo sobre el que, además, otros quieren esculpir, pintar, componer y escribir pero no siempre con la misma intención de quien educa. Aún el maestro más agudo no puede asegurar plenamente el efecto de su labor constante. Ni siquiera aquellos que aman su trabajo y saben hacerlo con pasión pueden estar seguros de que todos sus alumnos serán no sólo existosos (que debería ser lo menos importante), sino ante todo buenos ciudadanos.

¿Cómo esculpir a un ser humano de tal suerte que al final la escultura sea realmente lo que él o ella quiere y puede ser? En últimas cada uno debe convertirse en el escultor de sí mismo, en el pintor de su propio cuadro, el escritor de su propia historia... Evidentemente educar es un arte, pero sin duda no lo hemos hecho del todo bien. Si los hombres supiéramos cómo educarnos a nosotros mismos y cómo educar a los más jóvenes para que cada uno fuera lo que realmente tiene que ser, muy seguramente otro sería el presente, y el futuro tendría mil colores para todos y no sería tan gris y oscuro para algunos como lo es ahora.

Los guerreros

El guerrero  Los guerreros de nuestra patria  ¿Por qué los mataron? Una pregunta sin respuestas.  Lo cierto es que ya no están con nosotros....