18 de diciembre de 2020

A 7 días de la Navidad

Jesús, gracias por todas las bendiciones que hemos recibido durante este año. Gracias, de nuevo por mi familia, por mi esposa y por los hijos que me has regalado. Te pido por cada uno de ellos para que Tú los cobijes y los guíes con tu Amor. 

Padre Bueno, hoy te quiero pedir de manera muy especial por todos los habitantes de San Andrés, Providencia y Santa Catalina que siguen sufriendo las consecuencias del huracán Iota que azotó esas islas hace ya varios días. No te olvides de todos ellos y en especial no permitas que nos olvidemos de sus necesidades y de su sufrimiento. Abre los corazones y las manos de las organizaciones y de las personas que estén en capacidad de ayudarlos a salir adelante, reconstruir sus casas y rehacer sus vidas. 

Jesús, dame un corazón manso y humilde como el Tuyo, para que, como dice San Francisco, "no busque ser comprendido, sino comprender; no busque se amado, sino amar; no busque ser consolado, sino consolar". Tú, Señor, entre tanto, sé mi refugio, mi cayado y mi consuelo. 

Ven, Señor, ven pronto en nuestro auxilio, y renueva, por favor, la esperanza y la alegría que nos da el celebrar una vez más la Navidad, es decir, celebrar que te hayas hecho Niño, por amor a nosotros.

Me pongo de nuevo en tus manos Jesús, seguro de que tu Amor nos acompaña cada día de nuestra vida.  Amén. 

18 de diciembre de 2020



Consideración Día Tercero 

(Tomado de la novena tradicional colombiana)

Así había comenzado su vida encarnada el Niño Jesús. Consideremos el alma gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos profundamente. Admirado en el primer lugar en el alma de ese Divino Niño, considerarnos en ella la plenitud de su gracia santificadora; la de su ciencia beatífica, por lo cual desde el primer momento de su vida vio la divina esencia más claramente que todo los ángeles y leyó lo pasado y lo por venir con todos sus arcanos conocimientos. No supo por adquisición nada que no supiese por infusión desde el primer momento de su ser; pero Él adoptó todas las enfermedades de nuestra naturaleza a que dignamente podía someterse, aun cuando no fuese necesario para la grande obra que debía cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades suplan la debilidad de las nuestras y les den nueva energía; que su memoria nos enseñe a recordar sus beneficios, su entendimiento a pensar en Él, su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en servicio suyo.

Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo, que era un mundo de maravillas, una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una traba para el alma; era, por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso que fuese pequeño y débil como el de los niños, y sujeto a todas las incomodidades de la infancia, para asemejarse más a nosotros y participar de nuestras humillaciones. El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que pudiese sufrir el exceso para cumplir la grande obre de nuestra redención. La belleza de ese cuerpo divino fue superior a cuanto divino fue superior a cuanto se ha imaginado jamás; la divina sangre que por sus venas empezó a circular desde el momento de la encarnación es la que lava todas las manchas del mundo culpable. Pidámosle que lave las nuestra en el sacramento de la penitencia, para que el día de su Navidad nos encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con amor y provecho espiritual.

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