29 de septiembre de 2020

Libertad - Jonathan Franzen

 

Éste libro, a mi parecer, es un poco difícil de describir. Tiene un título muy llamativo, pero la historia que narra realmente no profundiza en esta idea que, por demás es algo que todo individuo busca incesantemente. Sin embargo, terminadas las 667 páginas de este libro uno no tiene una idea clara de qué es la libertad para Franzen. Ya se que la palabra "libertad" es una idea difusa, pero si uno quiere puede tomar una postura y exponerla. 

De todas formas, debemos admitir que la historia de Patty y Walter Berglund logra atrapar la atención del lector. Por la extensión del libro, ciertamente no es uno de esos que se lea de un tirón. Además, hay partes bastante buenas e intensas como las hay un poco desteñidas y sin fuerza. A medida que se avanza uno logra entender cada vez más la psicología de los personajes, que en el fondo son personajes bastante normales sin grandes pretensiones y sin una filosofía de vida realmente profunda. No, son una familia americana normal, con sus sueños, sus preocupaciones, sus ratos buenos y sus ratos malos. No puede uno decir que sean realmente dueños de su propia vida, sino que hasta cierto punto se dejan llevar por las circunstancias. O al menos eso me ha parecido a mí. La única que se salva de este paradigma, quizá sea Jessica, la hija, pero infortunadamente ella es un personaje apenas secundario de la trama. 

Como le ocurre a todas las personas Patty y Walter cometen errores, tantos que terminan por separarse. Patty no sabe bien lo que quiere y Walter está tan seguro de su amor que no se da cuenta de que se le está escapando. El problema, en parte, es la falta de diálogo y de sinceridad entre los dos (algo que sin duda le sucede a muchas parejas de hoy en día) y por eso terminan cogiendo sus propios caminos hasta que finalmente, un día, por fin tienen el valor de reencontrarse y volver a ser una familia de verdad, bueno, al menos dentro de lo que cabe para unos personajes que se han herido mutuamente de diversas maneras. Además, el sentido de familia -como la idea de libertad- tampoco llega a ser claramente expuesto en esta interesante novela de Jonathan Franzen. 

La idea que más rescato de esta obra es que siempre podemos aprender de nuestros errores. Caer es muy humano. Lo importante es saber levantarse y ser mejores personas.  

El tema del sexo es abordado, diría yo, descarnadamente. ¿Es necesario? Me parece que no. A veces se pasa. Al menos para mí. De todas maneras, hay que reconocerlo, retrata con detalle cómo se vive hoy en día en la sociedad norteamericana esta faceta tan profundamente humana. Pero no es (o no debería ser) un tema tan central. El ser humano tiene diversas dimensiones que también debe explorar con intensidad y con pasión, para sentirse realizado como persona, para encontrarle sentido a su existencia.  

Sí, es una buena historia; quizá podría ser mejor, pero es una buena historia, realmente. ¿Vale la pena leer este libro? Pienso que sí. Es entretenido, y aunque no se puede catalogar como una obra maestra de la literatura, es un buen retrato de la sociedad norteamericana contemporánea. Leer es siempre una aventura.  



14 de septiembre de 2020

¿Cómo entender lo que está pasando?

Javier Ordoñez, Angie Baquero, Julieth Ramirez, Cristian Hernández y otras víctimas más de la violencia que se ha desatado en Bogotá. No son simplemente nombres, son historias truncadas por la sinrazón de las balas y la incapacidad de las autoridades para mantener el orden civil dentro de unos parámetros que se ajusten a la razón, a la ética y a la libertad de expresión.

Los hechos confusos que rodean la muerte del joven abogado Javier Ordoñez no son solo una clara muestra de los abusos policiales que se están volviendo cada vez más comunes. Son una muestra de la irracionalidad, la tensión social, la ausencia de una ética interna consolidada y la falta de amor en la que vivimos.   

¿Por qué estos policías atacaron sin piedad a Javier? Puede haber más de una razón y la primera que yo veo es justamente la falta de razón. Los seres humanos no siempre somos tan racionales como se supone deberíamos ser. ¿Por qué sucede esto? No nos han enseñado a pensar, ni a razonar adecuadamente y mucho menos a manejar nuestros sentimientos y nuestras emociones. Vale la pena preguntarse: ¿Qué clase de educación habrán recibido estos policías? ¿De qué contextos socio-culturales provienen? ¿Alguien les ha enseñado a manejar sus emociones? ¿Son realmente conscientes de su responsabilidad social, de sus límites y de sus deberes? No pretendo, en absoluto, justificar con esto lo que hicieron, sino hacer ver que las causas de estos hechos de abuso de autoridad tienen diversas raíces de fondo que es preciso analizar, interpretar y comprender, a fin de proponer soluciones efectivas a mediano y largo plazo. 

Vivimos actualmente en un estado de gran tensión social como fruto de la pandemia y del confinamiento al que esta nos ha sometido. La muerte de Javier y de las demás victimas de estos días trágicos son una muestra de esa tensión social que se respira por doquier. Claro está que esa tensión que tiene atrapada el alma y la psiquis de muchos y de muchas, no es sólo debida el confinamiento, sino a otras múltiples causas acumuladas en el tiempo, entre ellas, las desigualdades sociales que nos caracterizan, la falta de oportunidades laborales que ahora es mucho  mayor que la que había antes del COVID, a la sensación de desgobierno (quizá con alguna contadas excepciones) y, por supuesto, a la corrupción política que sigue creciendo sin control y ante la cual nos sentimos impotentes e indefensos. 

Por otra parte, me pregunto ¿hay alguna ética que rija el día a día de los colombianos? Mi respuesta a esta pregunta es muy simple: no la hay. Como lo ha expresado el sociólogo y filósofo Alasdair MacIntyre, en su libro Tras la virtud, quizá con estupor, en la actualidad “poseemos, en efecto, simulacros de moral, [de hecho] continuamos usando muchas de las expresiones clave [que antaño le eran propias e irrefutables]. Pero hemos perdido –en gran parte, si no enteramente– nuestra comprensión, tanto práctica como teórica de la moral”. El relativismo de los valores permea callada, pero inexorablemente nuestros comportamientos sociales. Quizá no todo esté perdido. Seguro que hay personas buenas en todos los rincones de la patria. Pero esa bondad de algunos, pocos o muchos, no impacta el devenir de nuestra sociedad, especialmente el de las grandes ciudades. Somos una sociedad profundamente marcada por el egocentrismo; solemos pensar únicamente en nuestro propio bienestar, en nuestros problemas y nuestras angustias. No tenemos una conciencia del nosotros, de la misma manera que no tenemos una ética compartida. Es más, como cultura, me atrevo a decir, ni siquiera tenemos una ética. La ética es -si al caso- una asignatura "de relleno" que no logra dejar huella en nuestros espíritus.

Y por último, el amor más que un sentimiento debería ser un valor y una forma de vida. Suele decirse que el amor es el motor de nuestras vidas. Muestra de ello es que a lo largo de la historia de la humanidad se han escrito millones de canciones exaltando el amor entre dos... pero sólo entre dos. Y somos millones. Necesitamos un amor más grande, más significativo, un amor que abarque -si fuera posible- a la humanidad, representada en todos los otros que nos encontramos a diario. Suena a una utopía, o quizá a un poema de Rubén Darío, pero en realidad es mucho más que eso. Lo que quiero expresar puede resultar inteligible para muchos (y lo comprendo). Por ahora sintetizo la idea en que el amor que requiere cada persona y la sociedad en su conjunto implica abrir el corazón para que el dolor y la alegría del otro nos importe de verdad y que seamos capaces de reconstruir una sociedad cimentada en la fraternidad, la igualdad y la libertad. 

Ojalá el dolor de las familias que en estos días han perdido fatalmente a sus seres queridos sea la semilla para una sociedad más civilizada, razonable (pensante), ética y amorosa. Ojalá que así sea. 




1 de septiembre de 2020

Otras pandemias

El coronavirus nos ha encerrado en nuestras casas, en nuestros mundos. Por la fuerza de las circunstancias nos hemos visto obligados al confinamiento y con él la realidad del país se nos ha reducido, para muchos, a un círculo cerrado y diminuto. Un reduccionismo quizá involuntario, pero que nos ha estrechado la mirada. ¿O sólo me ha sucedido a mí? 

    Mientras procuro superar mis miedos y preocupaciones, el mundo sigue girando y las fuerzas oscuras     siguen incendiando los rincones más diversos de nuestro país. Corrupción, indiferencia, masacres sin     sentido. Las noticias se centraron durante varios meses en los avances de la pandemia, mientras las         otras realidades que nos acompañan desde siempre seguían, soterradamente, su curso inexorable.

Colombia, este adorado país lleno de contrastes y de historias marginadas, se mantiene en pie a pesar de la adversidad, compañera fiel de sus días y sus noches desde tiempos inmemoriales. Ahora, bajo el gobierno de un diminuto virus, los problemas sociales y económicos han tomado proporciones inauditas y el Estado sólo se preocupa por mantener a flote la economía de las grandes empresas, tapando con nubes de humo las problemáticas más agudas del pueblo llano y sumiso que parece resignado a su suerte. 

No es un secreto que el Covid ha sido el principal centro de atención de las noticias durante mucho tiempo. Esto nos ha hundido en el miedo y en la indiferencia, sobre todo a los que vivimos en las grandes ciudades o muy cerca de ellas. Pareciera que el mundo se redujo a cuatro paredes, que por otra parte, para un gran número de ciudadanos, ya resultan tortuosas y asfixiantes. Este encierro nos ha alejado de las otras realidades, de aquellos que más están sufriendo, de quienes aguantan hambre, y de quienes a diario mueren por enarbolar ideas de justicia y de equidad. 

Y en medio de la incertidumbre generada por la pandemia muchos han aprovechado la situación para enriquecerse sin pudor. El egocentrismo que nos caracteriza se ha ensañado contra los más vulnerables. Los que hacen un uso indebido de los dineros públicos, aún en medio de las actuales circunstancias, se han dejado arrastrar por las viejas costumbres que enlodan nuestra historia política, económica y social desde hace siglos. Esta es una muestra más de que la ética no se aprende en las aulas y quizá tampoco en las casas. ¿Podremos un día acabar con este cáncer? ¿Cómo interiorizar la ética en nuestra dinámica social? ¿Lograremos un día hacer de la ética un elemento inherente a nuestra cultura? 

Y como si el panorama no fuera ya suficientemente sombrío, reaparecen los que se creen dueños de la vida, los que dan la orden y los que disparan el gatillo y entre unos y otros siguen tiñendo de sangre inocente nuestro suelo. La pandemia no ha frenado en lo más mínimo las masacres de los líderes sociales en varias zonas del país. No puede uno dejar de preguntarse con angustia, con dolor y con rabia, ¿por qué? ¿qué sentido tiene acabar con los que luchan por un país mejor? ¿cómo creer que vivimos en una democracia si la vida no vale nada, sino es posible pensar diferente? ¿tiene futuro Colombia?

Por fortuna sé que en todos los rincones de esta nación convulsa hay gente buena, de verdad, con un espíritu natural de solidaridad y de fraternidad. Saberlo, me devuelve la esperanza. 

Elevo al cielo una oración por los violentos y por los muertos que soñaban con ser libres y liberar a otros. 

Quiero creer que habrá un mejor mañana, sin pandemia, sin indiferencia, sin corrupción, sin masacres; un mañana donde brille la vida, la concordia, la solidaridad, el amor entre los hombres y las mujeres de esta tierra, y el amor y el respeto por la rica naturaleza que se alza altiva y pródiga desde la Guajira hasta el Amazonas.

Los 10 paisajes colombianos más bellos para visitar en pareja: ¡tesoros de  norte a sur!


Alcanza tu propósito en tres etapas

   Y ahora vamos con el segundo video de Robin Sharma (son cuatro en total).  Podría mejor no hacerlo, pero no, he decidido compartir este “...