24 de diciembre de 2020

Y esta noche será Navidad



Jesús, hoy, a media noche, nos daremos todos el abrazo de Navidad en recuerdo de ese maravilloso momento en que iluminaste el mundo con Tu presencia Santa. Renueva, Señor, los corazones de todos los creyentes, para que, no obstante todo lo vivido en este año 2020, sepamos ver el Amor del Padre y reconocer su obra en nuestras vidas. 

Jesús, renace en nuestros corazones y renueva nuestro pensar y nuestro actuar de tal manera que seamos testigos fieles del Evangelio que viniste a predicar y que sigue siendo tan actual como hace 2000 años.  

Jesús, Tú que viniste para redimirnos y darnos una nueva Vida, escucha las oraciones de tus fieles y concédenos la paz y la unidad que anhelamos desde siempre y que brillen con fuerza en todos los rincones de la tierra. Ponemos en tus manos y en las manos del Padre y del Espíritu Santo todos los graves problemas que hoy enfrenta la humanidad: la pobreza, el hambre, el cambio climático, los desastres naturales, la corrupción, la injusticia, las guerras, las dictaduras, el individualismo. Permítenos hallar caminos de solución a todos estos desafíos. 

Jesús, te pido hoy de manera especial, por todos los que han muerto a lo largo de esta año de prueba, a causa de la pandemia. Te pido igualmente por todos aquellos que están enfermos y que tendrán que pasar la noche en un hospital. Hazles sentir tu Amor y tu consuelo. También te pido por todos los que sufren de soledad y que esta noche, aún queriéndolo, no tendrán con quien compartir, ni celebrar.

Ven, Señor, ven pronto en nuestro auxilio, y renueva, por favor, la esperanza y la alegría que nos da el celebrar una vez más la Navidad, es decir, celebrar que te hayas hecho Niño, por amor a nosotros.

24 de diciembre de 2020

¡GLORIA A DIOS EN EL CIELO Y PAZ EN LA TIERRA A TODOS LOS HOMBRES Y LAS MUJERES DE BUENA VOLUNTAD!



CONSIDERACIÓN - DÍA 9
(Tomado de la novena tradicional de Navidad)

La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los hombres, y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria población y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina. Seguía a la reina de los ángeles el jumento que le había servido de humilde cabalgadura durante el viaje, y en aquélla cueva hallaron un manso buey, dejado allí probablemente por alguno de los caminantes que habían ido a buscar hospedaje en la cuidad.

El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a tener que acudir a las irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto y con su humilde actitud el respeto y la adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tiene en la mano ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar, y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los hombres. María está en oración en medio de la gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.

Pero ha llegado la medianoche, y de repente vemos dentro de ese pesebre, poco antes vacío, al divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con inefable anhelo. A sus pies se postra su Santísima Madre, en los transportes de una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su misterioso e imponderable oficio de padre adoptivo del Redentor de los hombres. La multitud de ángeles que desciende de los cielos a contemplar esa maravilla sin par, dejan estallar su alegría y hacen vibrar en los aires las armonías de ese Gloria in Excelsis, que es el eco de la adoración que se produce en torno del Altísimo, hecha perceptible por un instante a los oídos de la pobre Tierra. Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién nacido y presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa estrella de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino Niño el oro, el incienso, y la mirra, que son símbolos de la caridad, la adoración y la mortificación.

¡Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta novena para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre adoración. ¡No la rechacéis! ¡Ven a nuestras almas, venid a nuestros corazones llenos de amor! Encended en ellos la devoción a vuestra santa infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y en todos los tiempos; devoción que fielmente practicada y celosamente propagada, nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando en nosotros todas las virtudes cristianas.  

¡FELIZ NAVIDAD!


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