Hay días en que no logramos entendernos a nosotros mismos. A algunos les sucede con más frecuencia que a otros. De eso podrán dar fe muchos psicólogos. Imagino yo.
Aquella era una tarde fría y gris y el ánimo de Joaquín no ayudaba mucho a mejorar el ambiente enrarecido y misterioso de aquel momento. Intenté hablar con él y sacarlo de su ensimismamiento, pero fue poco lo que logré.
- Te noto taciturno amigo, más que de costumbre.
- Tengo herida el alma, y hoy siento el dolor más fuerte que otras veces. Pero tienes que saber que muchas de las cicatrices me las he hecho yo mismo. Podría ser feliz, pero he tomado malas decisiones y lo peor es que las vuelvo a repetir.
- ¿Te quieres explicar, por favor?
- No, no puedo. Por ahora no.
- Y eso que tu y yo somos amigos. Pensé que me tenías confianza.
- Te prometo que te lo contaré, pero no hoy. Por favor, déjame solo. Necesito estar a solas conmigo mismo. Iré a caminar, pero no me sigas. ¿Ok? No me sigas.
- Me dejas preocupado. ¿Y que le diré a Katy cuando vuelva y no te encuentre?
- Estaré de vuelta para cuando ella llegue. Es posible que me encuentre durmiendo en el sofá o en nuestra cama.
Joaquín salió, sin decir nada más. No pude entender su extraña actitud. Algo había cambiado en él, pero preferí no hacer conjeturas en ese momento. Lo vi alejarse calle arriba. Caminaba con una extraña lentitud, como si el tiempo no existiera para él. No pude verlo más esa mañana, pero estoy seguro que mientras andaba buscando respuestas, tenía los ojos llenos de lágrimas.
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