En estos tiempos que corren, nos movemos entre fuerzas oscuras que, empujadas por el egoísmo y la avaricia, hacen todo lo posible y lo imposible por perpetuarse en el poder económico, político y cultural. Esas fuerzas, sin que nos demos cuenta del todo, quieren mantenernos en la ignorancia y, hasta ahora, lo han logrado.
El cambio, para que llegue, tiene que nacer del pueblo mismo, con una fuerza superior a la de los maquiavélicos intereses de los poderosos, a quienes nada les importa. El dinero y el poder, infortunadamente, corroen a casi cualquier mortal, mortales que no quieren reconocer su finitud, su límite. Por mucho que logren acumular, al final, un día también les llegará la muerte a su puerta. Pero eso ya no tiene peso en sus conciencias y por ende tampoco en las decisiones que toman.
El camino del cambio lo tenemos que recorrer juntos, como pueblo, tomando como dirección la fraternidad y como eje la construcción de una democracia participativa relacional. Si seguimos esperando que los políticos cambien la historia, creo que estamos condenados al fracaso.
¿Pero hay manera de lograrlo? ¿Hay manera de hacer surgir el sentimiento genuino de que somos un solo pueblo? ¿Podremos cambiar la historia, nuestra historia? Infortunadamente, ahora mismo no tengo la respuesta (además, no creo que haya una única respuesta), pero al menos, dejo la pregunta abierta para que todo el que quiera, ofrezca una respuesta.
El momento es ahora. Solo tenemos el hoy.
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