En una sociedad como la nuestra tan convulsa y tan fraccionada, llena de noticias negativas, siempre sorprende encontrarse con personas y lugares donde se escribe una historia diferente a la común que relatan los periódicos y los noticieros todos los días.
Esto que quiero compartir sucedió hace ya algunos días; hubiera querido escribirlo con las ideas y las sensaciones más frescas, pero no fue posible; me dejé atrapar por las cosas aparentemente urgentes de cada día. Pero no importa, ahora ya estoy aquí, decidido a contar lo que viene sucediendo en un sitio escondido en una montaña al sur de Bogotá.
Con frecuencia tendemos a pensar que los problemas de nuestra sociedad sólo se pueden resolver si se dispone de voluntad y de grandes sumas de dinero. A veces se tiene la voluntad, pero rara vez tenemos el dinero que se requiere o que al menos nosotros creemos que se requiere. Me temo que en el fondo es más una excusa para no hacer nuestra parte. Esta historia lo demuestra.
Hoy en día, en medio de un contexto no carente de dificultades, se alza un Centro Social donde todos los que llegan se sienten amados, de una u otra manera. Cada día decenas de niños y niñas asoman sus caras sonrientes por la puerta de esa casa, algunos en la mañana y otros en la tarde. Allí, en esa casa, por unas dos horas pueden adelantar sus deberes escolares, recibir una merienda, aprender algo sobre el arte de amar y, sobre todo, sentirse amados. Unas cuantas personas voluntarias les brindan una calurosa y sincera acogida a los niños y niñas que llegan allí, desde diversos rincones de ese barrio humilde ubicado en las periferias de la ciudad, un barrio donde a simple vista pareciera que han asentado su morada perpetua la pobreza, la violencia, la drogadicción, la desesperanza...
Pero la luz sabe abrirse su espacio en medio de la oscuridad. Es más, la luz brilla en estos sitios, incluso de forma más espléndida, que en otros lugares más "bellos" de la ciudad. Allí, al interior del Centro Social, la cruda realidad de este barrio se transforma en un heptahedro de colores magníficos que habla de "nuevos cielos y nuevas tierras".
Jesús, en su paso por la tierra, nos dijo que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Viendo esta experiencia se puede constatar la verdad y la fuerza de estas palabras: un grupo de personas -en su mayoría mujeres- ha sabido entender esto de manera radical y durante algo más de treinta años así lo han vivido y gracias a eso hoy existe una obra concreta que da frutos, buenos frutos para nuestra desgastada sociedad. No han sido todo el tiempo las mismas personas, pero la motivación y el ideal que las ha movida a todas las que han pasado por allí, si ha sido el mismo. Y ese amor concreto ha dado resultados tangibles en personas originarias de este barrio que, con una fe que estremece, hacen su parte para cambiar ellas mismas el contexto en el que viven. Y quizá una de las cosas que más impresiona es ver que entre ellos hay niños, jóvenes y adultos que trabajan todos con la misma convicción por su gente. Y aunque los resultados no son inmediatos, todos saben que vale la pena hacer su parte, porque ellos mismos son testigos de lo que el amor es capaz de hacer.
El pasado 16 de febrero hubo allí una reunión partícular y podría decirse que histórica. Ese día, visitaron el Centro Social dos consejeros internacionales del Movimiento de los Focolares, cuya espiritualidad constituye la semilla fundamental que dio vida a este centro hace unos 30 años aproximadamente. Los consejeros del movimiento en esta ocasión fueron Gabriela y Augusto, dos personas con una gran profundidad espiritual capaces de escuchar y de ver la dimensión de lo que allí se está gestando. Aprovechando su presencia se organizó una reunión especial con varias de las personas que participan en este proyecto. Por esas coincidencias de la vida que uno luego agradece y comprende el por qué suceden, yo estuve allí presente.
Además del clima de familia que caracteriza los encuentros del Movimiento de los Focolares, me impactaron los testimonios tanto de las voluntarias que actualmente lideran el programa de acompañamiento a niños, jóvenes y familias, como de las personas del barrio -en su mayoría mujeres- que colaboran con este increible proyecto. De las primeras impacta la entrega absoluta y desintresada y de las segundas sorprende cómo transmiten la alegría de ser ellas y ellos frutos de esta experiencia del "arte de amar" y cómo ahora hacen lo mismo por los niños, niñas y jóvenes de su comunidad.
Una de las voluntarias que lidera este programa, profesora pensionada, les manifestaba a los delegados que ellas han visto el cambio que el "arte de amar" ha suscitado en los niños y niñas de este barrio. De hecho, cuenta que varias madres se acercan al centro a decirles cómo han cambiado sus hijos, lo cuál ya es un testimonio tangible y suficiente de los alcances de este programa.
Por otro lado, una madre de familia (residente del barrio) que conoce el movimiento hace ya varios años y que actualmente colabora con la labor de acompañamiento a los niños y jóvenes que asisten por las tardes al centro, comentaba cómo conocer esta espiritualidad le cambió la vida de una forma sorprendente, llevándola a vivir experiencias que nunca habría soñado ni en el mejor de sus días. Para corroborarlo, habla sobre uno de sus hijos, que también participa ahora de los encuentros que hace este grupo y ayuda en el centro apoyando sobre todo a niños y niñas de primaria, y quien tuvo la oportunidad, hace poco, de viajar a Italia a vivir una experiencia especial en una sede internacional del movimiento. Hablando sobre esto, comentaba: "Nosotros aquí en este barrio, ni por la mente imaginamos que íbamos a llegar allá". Ese hijo, además de esa oportunidad que tuvo de viajar, ahora está empezando su carrera de psicología... Una muestra más de lo que logra el amor concreto. Estas personas no sólo se han sentido amadas, han logrado también abrir su mente y su espíritu a posibilidades que, sin este apoyo, jamás habrían vivido. Es imposible negar que este tipo de iniciativas son las que realmente cambian el mundo, aunque no salgan en la primera plana de los periódicos.
Pero los que reciben beneficios de este proyecto no son sólo las personas del barrio. También los que van a servir encuentran en este espacio un nuevo sentido para sus vidas. Así lo manifestó una de las encargadas del programa, refiriéndose a una voluntaria que conoció esta experiencia hace ya un tiempo y desde entonces aporta su buen grano de arena tres o cuatro veces por semana. La responsable, además de resaltar la labor que esa persona desarrolla en el Centro Social, afirmó que: "se le recompuso la vida, porque estaba atravesando un momento muy difícil... de su separación, y aquí encontró el sentido de su vida".
Todo esto bien podríamos llamarlo una "humanidad nueva". Una humanidad que nos anima a renovar nuestra esperanza en un futuro mejor. Ante estos hechos, ¿cómo no creer que el amor todo lo vence, todo lo transforma?
Pero la luz sabe abrirse su espacio en medio de la oscuridad. Es más, la luz brilla en estos sitios, incluso de forma más espléndida, que en otros lugares más "bellos" de la ciudad. Allí, al interior del Centro Social, la cruda realidad de este barrio se transforma en un heptahedro de colores magníficos que habla de "nuevos cielos y nuevas tierras".
Jesús, en su paso por la tierra, nos dijo que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Viendo esta experiencia se puede constatar la verdad y la fuerza de estas palabras: un grupo de personas -en su mayoría mujeres- ha sabido entender esto de manera radical y durante algo más de treinta años así lo han vivido y gracias a eso hoy existe una obra concreta que da frutos, buenos frutos para nuestra desgastada sociedad. No han sido todo el tiempo las mismas personas, pero la motivación y el ideal que las ha movida a todas las que han pasado por allí, si ha sido el mismo. Y ese amor concreto ha dado resultados tangibles en personas originarias de este barrio que, con una fe que estremece, hacen su parte para cambiar ellas mismas el contexto en el que viven. Y quizá una de las cosas que más impresiona es ver que entre ellos hay niños, jóvenes y adultos que trabajan todos con la misma convicción por su gente. Y aunque los resultados no son inmediatos, todos saben que vale la pena hacer su parte, porque ellos mismos son testigos de lo que el amor es capaz de hacer.
El pasado 16 de febrero hubo allí una reunión partícular y podría decirse que histórica. Ese día, visitaron el Centro Social dos consejeros internacionales del Movimiento de los Focolares, cuya espiritualidad constituye la semilla fundamental que dio vida a este centro hace unos 30 años aproximadamente. Los consejeros del movimiento en esta ocasión fueron Gabriela y Augusto, dos personas con una gran profundidad espiritual capaces de escuchar y de ver la dimensión de lo que allí se está gestando. Aprovechando su presencia se organizó una reunión especial con varias de las personas que participan en este proyecto. Por esas coincidencias de la vida que uno luego agradece y comprende el por qué suceden, yo estuve allí presente.
Además del clima de familia que caracteriza los encuentros del Movimiento de los Focolares, me impactaron los testimonios tanto de las voluntarias que actualmente lideran el programa de acompañamiento a niños, jóvenes y familias, como de las personas del barrio -en su mayoría mujeres- que colaboran con este increible proyecto. De las primeras impacta la entrega absoluta y desintresada y de las segundas sorprende cómo transmiten la alegría de ser ellas y ellos frutos de esta experiencia del "arte de amar" y cómo ahora hacen lo mismo por los niños, niñas y jóvenes de su comunidad.
Una de las voluntarias que lidera este programa, profesora pensionada, les manifestaba a los delegados que ellas han visto el cambio que el "arte de amar" ha suscitado en los niños y niñas de este barrio. De hecho, cuenta que varias madres se acercan al centro a decirles cómo han cambiado sus hijos, lo cuál ya es un testimonio tangible y suficiente de los alcances de este programa.
Por otro lado, una madre de familia (residente del barrio) que conoce el movimiento hace ya varios años y que actualmente colabora con la labor de acompañamiento a los niños y jóvenes que asisten por las tardes al centro, comentaba cómo conocer esta espiritualidad le cambió la vida de una forma sorprendente, llevándola a vivir experiencias que nunca habría soñado ni en el mejor de sus días. Para corroborarlo, habla sobre uno de sus hijos, que también participa ahora de los encuentros que hace este grupo y ayuda en el centro apoyando sobre todo a niños y niñas de primaria, y quien tuvo la oportunidad, hace poco, de viajar a Italia a vivir una experiencia especial en una sede internacional del movimiento. Hablando sobre esto, comentaba: "Nosotros aquí en este barrio, ni por la mente imaginamos que íbamos a llegar allá". Ese hijo, además de esa oportunidad que tuvo de viajar, ahora está empezando su carrera de psicología... Una muestra más de lo que logra el amor concreto. Estas personas no sólo se han sentido amadas, han logrado también abrir su mente y su espíritu a posibilidades que, sin este apoyo, jamás habrían vivido. Es imposible negar que este tipo de iniciativas son las que realmente cambian el mundo, aunque no salgan en la primera plana de los periódicos.
Pero los que reciben beneficios de este proyecto no son sólo las personas del barrio. También los que van a servir encuentran en este espacio un nuevo sentido para sus vidas. Así lo manifestó una de las encargadas del programa, refiriéndose a una voluntaria que conoció esta experiencia hace ya un tiempo y desde entonces aporta su buen grano de arena tres o cuatro veces por semana. La responsable, además de resaltar la labor que esa persona desarrolla en el Centro Social, afirmó que: "se le recompuso la vida, porque estaba atravesando un momento muy difícil... de su separación, y aquí encontró el sentido de su vida".
Todo esto bien podríamos llamarlo una "humanidad nueva". Una humanidad que nos anima a renovar nuestra esperanza en un futuro mejor. Ante estos hechos, ¿cómo no creer que el amor todo lo vence, todo lo transforma?
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