14 de septiembre de 2020

¿Cómo entender lo que está pasando?

Javier Ordoñez, Angie Baquero, Julieth Ramirez, Cristian Hernández y otras víctimas más de la violencia que se ha desatado en Bogotá. No son simplemente nombres, son historias truncadas por la sinrazón de las balas y la incapacidad de las autoridades para mantener el orden civil dentro de unos parámetros que se ajusten a la razón, a la ética y a la libertad de expresión.

Los hechos confusos que rodean la muerte del joven abogado Javier Ordoñez no son solo una clara muestra de los abusos policiales que se están volviendo cada vez más comunes. Son una muestra de la irracionalidad, la tensión social, la ausencia de una ética interna consolidada y la falta de amor en la que vivimos.   

¿Por qué estos policías atacaron sin piedad a Javier? Puede haber más de una razón y la primera que yo veo es justamente la falta de razón. Los seres humanos no siempre somos tan racionales como se supone deberíamos ser. ¿Por qué sucede esto? No nos han enseñado a pensar, ni a razonar adecuadamente y mucho menos a manejar nuestros sentimientos y nuestras emociones. Vale la pena preguntarse: ¿Qué clase de educación habrán recibido estos policías? ¿De qué contextos socio-culturales provienen? ¿Alguien les ha enseñado a manejar sus emociones? ¿Son realmente conscientes de su responsabilidad social, de sus límites y de sus deberes? No pretendo, en absoluto, justificar con esto lo que hicieron, sino hacer ver que las causas de estos hechos de abuso de autoridad tienen diversas raíces de fondo que es preciso analizar, interpretar y comprender, a fin de proponer soluciones efectivas a mediano y largo plazo. 

Vivimos actualmente en un estado de gran tensión social como fruto de la pandemia y del confinamiento al que esta nos ha sometido. La muerte de Javier y de las demás victimas de estos días trágicos son una muestra de esa tensión social que se respira por doquier. Claro está que esa tensión que tiene atrapada el alma y la psiquis de muchos y de muchas, no es sólo debida el confinamiento, sino a otras múltiples causas acumuladas en el tiempo, entre ellas, las desigualdades sociales que nos caracterizan, la falta de oportunidades laborales que ahora es mucho  mayor que la que había antes del COVID, a la sensación de desgobierno (quizá con alguna contadas excepciones) y, por supuesto, a la corrupción política que sigue creciendo sin control y ante la cual nos sentimos impotentes e indefensos. 

Por otra parte, me pregunto ¿hay alguna ética que rija el día a día de los colombianos? Mi respuesta a esta pregunta es muy simple: no la hay. Como lo ha expresado el sociólogo y filósofo Alasdair MacIntyre, en su libro Tras la virtud, quizá con estupor, en la actualidad “poseemos, en efecto, simulacros de moral, [de hecho] continuamos usando muchas de las expresiones clave [que antaño le eran propias e irrefutables]. Pero hemos perdido –en gran parte, si no enteramente– nuestra comprensión, tanto práctica como teórica de la moral”. El relativismo de los valores permea callada, pero inexorablemente nuestros comportamientos sociales. Quizá no todo esté perdido. Seguro que hay personas buenas en todos los rincones de la patria. Pero esa bondad de algunos, pocos o muchos, no impacta el devenir de nuestra sociedad, especialmente el de las grandes ciudades. Somos una sociedad profundamente marcada por el egocentrismo; solemos pensar únicamente en nuestro propio bienestar, en nuestros problemas y nuestras angustias. No tenemos una conciencia del nosotros, de la misma manera que no tenemos una ética compartida. Es más, como cultura, me atrevo a decir, ni siquiera tenemos una ética. La ética es -si al caso- una asignatura "de relleno" que no logra dejar huella en nuestros espíritus.

Y por último, el amor más que un sentimiento debería ser un valor y una forma de vida. Suele decirse que el amor es el motor de nuestras vidas. Muestra de ello es que a lo largo de la historia de la humanidad se han escrito millones de canciones exaltando el amor entre dos... pero sólo entre dos. Y somos millones. Necesitamos un amor más grande, más significativo, un amor que abarque -si fuera posible- a la humanidad, representada en todos los otros que nos encontramos a diario. Suena a una utopía, o quizá a un poema de Rubén Darío, pero en realidad es mucho más que eso. Lo que quiero expresar puede resultar inteligible para muchos (y lo comprendo). Por ahora sintetizo la idea en que el amor que requiere cada persona y la sociedad en su conjunto implica abrir el corazón para que el dolor y la alegría del otro nos importe de verdad y que seamos capaces de reconstruir una sociedad cimentada en la fraternidad, la igualdad y la libertad. 

Ojalá el dolor de las familias que en estos días han perdido fatalmente a sus seres queridos sea la semilla para una sociedad más civilizada, razonable (pensante), ética y amorosa. Ojalá que así sea. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Alcanza tu propósito en tres etapas

   Y ahora vamos con el segundo video de Robin Sharma.  Podría mejor no hacerlo, pero no, he decidido compartir este “minicurso” que está da...