30 de julio de 2012

Educar, un arte...

Cada vez es más claro para mí: educar es un arte, quizá uno de los más complejos y difíciles. Es un arte como lo puede ser esculpir una escultura, pintar un cuadro, componer una canción o escribir un libro. El educar, en cierto sentido, involucra todas estas manifestaciones del arte. Pero el educador, a diferencia de los demás artsitas, nunca puede estar seguro de cómo terminará su obra, ni siquiera puede estar plenamente seguro de si su estilo es siempre el más adecuado. Cada alumno es un mundo sobre el que, además, otros quieren esculpir, pintar, componer y escribir pero no siempre con la misma intención de quien educa. Aún el maestro más agudo no puede asegurar plenamente el efecto de su labor constante. Ni siquiera aquellos que aman su trabajo y saben hacerlo con pasión pueden estar seguros de que todos sus alumnos serán no sólo existosos (que debería ser lo menos importante), sino ante todo buenos ciudadanos.

¿Cómo esculpir a un ser humano de tal suerte que al final la escultura sea realmente lo que él o ella quiere y puede ser? En últimas cada uno debe convertirse en el escultor de sí mismo, en el pintor de su propio cuadro, el escritor de su propia historia... Evidentemente educar es un arte, pero sin duda no lo hemos hecho del todo bien. Si los hombres supiéramos cómo educarnos a nosotros mismos y cómo educar a los más jóvenes para que cada uno fuera lo que realmente tiene que ser, muy seguramente otro sería el presente, y el futuro tendría mil colores para todos y no sería tan gris y oscuro para algunos como lo es ahora.

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