6 de noviembre de 2020

¿Alguna explicación?

Cada día las noticias nos sorprenden con hechos insólitos e impactantes que vuelven a ponernos frente a una pregunta retórica: ¿en qué país vivimos? Uno quisiera creer que lo que oímos es sólo una mala pesadilla, pero infortunadamente es la cruda realidad. 

En esta ocasión me refiero específicamente a un hecho de violencia que ocurrió hace pocos días (el pasado 23 de octubre, para ser exactos) en el norte de Bogotá. Un joven de apenas 16 años fue golpeado salvajemente por un grupo de chicos, más o menos de su misma edad, de un reconocido colegio de la capital. ¿Por qué razón? Eso no es claro todavía. Quizá algunas palabras de más, quizá un momento de irracionalidad pura. He escuchado la entrevista que le hicieron al padre de la víctima un par de veces y aún no salgo de mi asombro. Vuelvo  y me pregunto: ¿en qué país vivimos? Y llegan a mi mente otros interrogantes: ¿Cómo estamos educando a nuestros jóvenes?  ¿Qué valor tiene la vida propia y la de los demás en nuestro contexto? ¿Por qué tanta violencia desmedida? ¿Qué se hicieron los valores, la moral, la ética?

En realidad ante un hecho como este surgen muchas preguntas y, al menos desde mi óptica, no hay respuestas medianamente plausibles para ninguna de ellas. Aquí va una más: ¿Qué ejemplo de vida, qué tipo de educación dan estos padres a sus hijos? Claro, me refiero a los padres de los muchacho que golpearon al joven indefenso al que, a causa de los golpes tan fuertes que recibió, le tuvieron que dar una incapacidad de 50 días... Y no sabemos aún qué secuelas le queden tanto físicas como psicológicas, y éstas últimas suelen tardar mucho tiempo en curarse, si es que finalmente se curan. 

Asombra y edifica la ecuanimidad con la que el padre de la víctima, el Dr. Álvaro Márquez, relata los hechos y aún más el valor que muestra para perdonar a los agresores, sin dejar de subrayar, eso sí, que se debe hacer justicia. Pero, yendo un poco más allá de lo evidente, no sólo justicia es lo que necesitamos, sino una reflexión profunda sobre la sociedad que estamos construyendo. El mismo Dr. Márquez resalta que "algo tenemos que estar haciendo mal". ¿Y qué es lo que estamos haciendo mal exactamente? ¿Podemos definirlo? Mi primera hipótesis: los padres de estos chicos no les han puesto límites, les han dado todo, sin que ellos hagan el menor esfuerzo, han criado niños caprichosos que se creen dueños del mundo (por su posición social) y no tienen sentido de compasión, ni de responsabilidad, ni de respeto, ni de caridad. ¿Estoy exagerando? 

Y por otro lado: ¿Qué hace el colegio? ¿Qué valores inculca a sus estudiantes? ¿Qué acciones correctivas tomará el colegio, si es que las llegan a tomar? ¿Hay clase de ética en esa institución educativa? ¿Cómo la enseñan? ¿Tiene alguna repercusión en sus conciencias? Y podría seguir aquí desbordando más interrogantes. Pero, por ahora, creo que estos son ya un buen punto de partida para la reflexión de fondo que, tanto educadores como padres deben (debemos) hacer.

El padre de la víctima resalta además que este hecho lamentable muestra una realidad dolorosa de nuestra sociedad: "Es grave el nivel de intolerancia y de salvajismo al que pueden llegar unos muchachos que supuestamente están educados en valores tanto por sus padres como por el colegio. Por eso hago la denuncia. La sociedad tiene que entender que estos jóvenes  tienen la decisión en sus manos de hacer el mal o hacer el bien pero se van por el camino equivocado". 

Yo sigo con mis preguntas: ¿Qué lleva a estos jóvenes a ese nivel de intolerancia, de salvajismo, de irracionalidad? Lo digo una vez más: la falta de límites y posiblemente también la falta de amor. Tienen todo lo material, incluso más de lo necesario, pero les falta lo más importante de todo: el amor de sus padres. ¿O me equivoco? Es una segunda hipótesis. 

No pretendo aquí dar respuesta a todas las preguntas que planteo. Las dejo aquí escritas, en este muro inmaterial de mi blog con el ánimo de invitar a una reflexión de fondo, a buscar caminos de reconciliación, caminos para educar las emociones de nuestros jóvenes, caminos para construir sueños compartidos. 

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Gracias por leer estas líneas inconclusas. 

 

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