Ella sigue afuera, esperando tu respuesta. No le importó dormir bajo la lluvia y soportar el frio de la madrugada, ni siquiera los murmullos tenebroso que se escuchan a lo lejos. Pausa.
Déjala entrar, Javi, y escúchala. Quizá eso sane tu herida y la de ella también. Silencio.
Javier deslizó la cortina de su cuarto, comprada hace apenas quince días, y dirigió su mirada hacia ella. La vio inmóvil, como si nada la inmutara. Era la misma de siempre, pero con la tez más blanca y el cabello corto, con unas incipientes canas.
En un instante donde el tiempo dejó de andar, ella levantó su cara y lo miró con una ternura para él desconocida. La vio sonreír y observó con estupor sus ojos húmedos. Sintió, de repente, que su corazón latía como nunca antes lo había hecho.
Sin pensar demasiado en lo que hacía, se giró sobre sí mismo en dirección a la puerta de su alcoba. Fue entre caminando y corriendo hacia la escalera principal y bajó con una tormenta de sentimientos batiéndose por todo su cuerpo. Todo el resentimiento guardado por años, pareció desvanecerse en un instante.
Llegó en un soplo hasta el primer piso, pasó la sala de un brinco, abrió la puerta y salió corriendo.
Ella se desprendió por fin de sus miedos y echó andar con el único deseo de abrazarlo y pedirle perdón, como lo venía soñando desde hacia ya cuatro meses y veintiún días.